9 de diciembre de 2016

Elecciones españolas y la tiranía de la masa

Giuseppe Pelliza da Volpedo
La Democracia es inútil si no posee los necesarios resortes para sustraerse a la tiranía de la masa. El resultado de las últimas elecciones españolas (2016) avala ese aserto. Con ello reaparece una vieja querella, jamás resuelta totalmente, pero que ahora vuelve por sus fueros: la tiranía de la masa; es decir, cuando el elemento emotivo («pasión») supera al intelectivo («razón»), que abre los parlamentos a populismos destructivos y al servicio de otros intereses.

La mentira es la verdad absoluta de los pobres y los necios y en política permite las mayores audacias. Esta es una de las razones fundamentales del éxito en España de «Podemos» (coalición de marxistas), «Ciudadanos» (liberales disfrazados) y nacionalismos regionales exóticos. La primera consecuencia de la aparición de estos partidos, dejando aparte «complicaciones económicas», es el multipartidismo, que sólo sirve para provocar crisis del Parlamento y el fortalecimiento del poder ejecutivo, es decir, acabar con la riqueza y las libertades individuales.

Por la práctica y la experiencia, el régimen más sano para la democracia es el bipartidismo, la oposición tradicional entre conservadores y socialdemócratas, con un tercer partido de importancia escasa, que sólo pueda revestir influencia cuando no se consiguen mayorías. Pero cuando sucede la desafección de los electores aparece el multipartidismo, un arte de masas para recuperar el favor de las mismas, cada vez menos libres y absolutamente domesticadas, psicológicamente impresionables, a las que los medios informativos fácilmente dan contextura.

Renitor
Las últimas elecciones españolas prueban los defectos que imputan al régimen del multipartidismo, agravado con revanchistas y revoltosos a remolque de su particular interés. Como estadistas, el socialista Pedro Sánchez y el marxista Manuel Turrión (en la imagen) tropezaron con la dificultad de carecer de aptitudes para la alta política.
Las antiguas civilizaciones democráticas limitaban el número de ciudadanos beneficiarios de la democracia, el presidente estadounidense John Adams (1797-1801) sostenía que el gobierno debía ser administrado por los bien nacidos y capaces, y el filósofo francés Françoise Arouet «Voltaire» (1694-1778) condicionaba el progreso humano a la aparición de un gran caudillo. Es decir, la preocupación en la amenaza que las masas hacen pesar sobre la democracia no es en sí una novedad.

La elección que debe extraerse de lo dicho es que, a menos que los españoles reconozcan el bipartidismo como régimen más saludable para la democracia, las rivalidades oportunistas y enanas aniquilarán a la gobernabilidad y economía del país en una serie de elecciones cada vez más destructoras. Llegado al extremo, cabe preguntarse si no es preferible un rey patriota al sistema partidista.