21 de diciembre de 2016

Otumba, una batalla decisiva en América

Ferrer Dalmau
La Batalla de Otumba entre españoles y aztecas ocurrió en el actual municipio homónimo de Méjico el 7 de julio de 1520, cuando aquellos trataban de llegar a Tlaxcala. En la meseta de Anáhuac, un ejército azteca cercó a otro español casi cien veces inferior, mandado por Hernán Cortés. De manera asombrosa, los españoles y sus aliados americanos consiguieron una victoria completa y de trascendental importancia para los destinos de América.

Precedente. En 1519 Hernán Cortés entró en la capital azteca, Tenochtitlán. En 1520, como se hubieran sublevado los aztecas, emprendió la sangrienta huida conocida por la «Noche Triste» (30 junio 1520), en la que perecieron unos 800 españoles y casi 1 500 aliados tlaxcaltecas, se perdió la artillería, gran parte de los caballos y toda la pólvora. En su camino a Tlaxcala para buscar refuerzos, el hambre se juntó a la fatiga de las marchas forzadas para reducir la tropa de Cortés a un estado de agotamiento. El 7 de julio fueron cercados por enormes contingentes de guerreros aztecas en una llanura de Anáhuac.

Los ejércitos. El azteca, con unos 100 000 hombres mandados por Matlatzincátzin, un favorito del rey Cuitláhuac, era un ejército cuasi-neolítico. Los guerreros vestían túnica guateada a guisa de coraza y se armaban de escudo redondo de madera, maza de piedra, lanza con punta de piedra o cobre, arcos, flechas, honda y propulsor de jabalina. Así, el arco y la flecha era el arma más mortífera de los aztecas, pero se trataba de un arco corto, sin poder de penetración en las armaduras de hombres y caballos.

Por la parte española, había unos 500 soldados, una docena de ballesteros, una veintena de jinetes acorazados, sin artillería ni pólvora, y unos 800 tlaxcaltecas. Los españoles vestían coraza y se armaban de escudo redondo metálico (rodela), espada de acero, pica (lanza larga) con punta de hierro, ballestas y perros de guerra (alano, mastín y otros corpulentos y fuertes). Las armas de sus aliados americanos eran parecidas a las aztecas.

Ferrer Dalmau
Detalle de un cuadro de Ferrer Dalmau, pintor español, en el que se aprecia la superioridad militar española sobre los americanos: jinetes acorazados, armas de fuego, espadas de acero, escudos metálicos y, sobre todo, soldados de cualidades excepcionales, que se harían sentir no sólo en América sino también Europa.
Las tácticas. Guerreros primitivos, los aztecas se desenvolvían sin ninguna estrategia y bien poca táctica, sin la disciplina que permite adoptar el principio de la economía de fuerzas y el empleo de reservas. La «táctica» azteca adoptó en Otumba la forma de ataques masivos, seguidos de rápidas retiradas.

Cortés compensó su debilidad numérica con una superior táctica, dispuestas sus fuerzas en círculos: el exterior formado de «piqueros», el intermedio de «rodeleros» (de la citada rodela, que cubría el pecho del que peleaba con espada) y el interior de ballesteros, más una fuerza de choque al centro (caballería) y una «reserva» de tlaxcaltecas, mandada por Calmecahua.

El combate. Los piqueros españoles lograron mantenerse firmes en cada nueva arremetida azteca y la caballería de jinetes acorazados rompió por dos o tres veces el cerco, pero la brecha quedaba cerrada inmediatamente por la descomunal masa del enemigo y Cortés decidió hacer una acción desesperada, que constituye un ejemplo de la llamada «psicología militar».

Los aztecas luchaban como una horda primitiva; y en todas las guerras primitivas constituye principio general la muerte del caudillo enemigo. Es decir, con la captura y muerte de Matlatzincátzin, que echaba de ver la batalla desde un lejano altozano, la victoria española sería completa o, cuando menos, el desconcierto de sus guerreros. Cortés estimó que podía enfrentarse a tal acción, para lo cual destinó cinco jinetes a tal propósito (Domínguez, Olid, Sandoval, Salamanca y Cortés al frente), el mínimo para intentar penetrar el cerco de parte a parte y sin llamar la atención de una mayoría de aztecas (la sorpresa era decisiva).

NPI
Piqueros españoles. En Europa, su finalidad era frenar a la caballería, pero adolecían de falta de movilidad, agravada en la batalla de Otumba por la manera de guerrear de los americanos, dificultad que minimizaron exitosamente los «rodeleros», empleados en estrecha combinación con las picas.
Luchando como lanceros montados, atravesaron el cerco y, cambiando de dirección, se movían hacia Matlatzincátzin, con lo que sembraron la confusión entre sus adversarios. El caudillo azteca se hacía rodear de un grupo selecto de guerreros, pero combatiendo con armas y escudos rudimentarios no supusieron un obstáculo para los jinetes españoles y uno de ellos, Salamanca, dio muerte a Matlatzincátzin y puso a la vista de todos la insignia de éste.

La razón principal de la desbandada azteca fue la muerte de su jefe, pero la lógica castrense impone matices. La reducida carga de caballería pasó desapercibida para una mayoría de los aztecas y éstos achacaron la muerte de su caudillo a refuerzos llegados de Tlaxcala o la guarnición de Veracruz. Ante la nueva amenaza creada, sin un jefe para dirigir la «maniobra» y la perspectiva de que cayera muerto o prisionero el grueso de los guerreros aztecas, estos retrocedieron en desorden para escapar de un desastre. Desgraciadamente para los aztecas, los sitiados se dieron cuenta de la oportunidad y supieron explotarla con una operación de hostigamiento y persecución, que convirtió la retirada en grave derrota.

Al tener noticia Cuitláhuac de que su ejército se hallaba en desordenada retirada, despertó al fin ante la realidad de la situación: la «Noche Triste» fue un espejismo y en adelante se verían encerrados en Tenochtitlán por los españoles hasta su total destrucción en esta ciudad (1521).

Las pérdidas humanas. Los españoles perdieron unos 60 hombres y los tlaxcalas unos dos centenares. Las bajas aztecas se han calculado de modo muy dispar, ya que, mientras unos las cifran en 20 000, otros las reducen a 10 000. La primera cifra apoya en fuentes originales y las últimas en la particular opinión de historiadores muy tardíos (siglos XIX y XX). Es evidente que para acabar con los españoles, los aztecas pusieron en movimiento efectivos mucho más numerosos que cuantos hubieran empleado nunca en ningún otro conflicto y modelos informáticos recientes cifran el ejército azteca en unos 100 000 hombres, con un 20% de bajas (muertos y heridos), la mitad en la retirada.