US Department of Defense
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El presidente Obama ofrece ahora a Ucrania avales crediticios de 1 000 millones dólares —ni la décima parte de la oferta rusa en diciembre de 2013— y quiere ponerse al frente de varios países occidentales, sin mención clara a la Unión Europea, para obligar a los rusos a retirarse de Crimea mediante una serie de medidas políticas y económicas. Esto es, el plan internacional contra Moscú se limita, por ahora, a una ofensiva diplomática con claros ribetes económicos, dudosamente práctico cuanto la Unión Europea, especialmente Alemania, Francia e Italia, depende en un 30% del gas ruso (España, que receló de Rusia, no tiene dependencia alguna al haber enlazado sus gasoductos submarinos con yacimientos norteafricanos).
En una rueda de prensa en Moscú, a la par que John Kerry visitaba Ucrania, el presidente Vladimir Putin declaró sopesar el uso de la fuerza en Ucrania «sólo como último recurso» y negó ambiciones territoriales en este país y la participación de sus tropas en los llamados «grupos de autodefensa», la última difícil de creer. Juntamente, su ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, iniciaba una ofensiva diplomática en Madrid (4 marzo), donde su homónimo español, García-Margallo, insistió en la necesidad de una unión aduanera de la Unión Europea y Rusia.
A falta de hechos substanciales y maniobras políticas de dudoso éxito, los «halcones» de Washington, especialmente republicanos, defienden medidas militares y algunos acusan al presidente de mostrar cobardía, causa última de la agresiva política exterior rusa. Según estos, la situación en Crimea da paso a una nueva política encubierta de conquistas territoriales, que, mediante el apoyo militar a las minorías rusas en las repúblicas de Ucrania, primero, y otras de la antigua Unión Soviética, después, impulsará la creación de pequeños estadículos independientes, que más tarde pudieran incorporarse para formar una «Gran Rusia». En consecuencia, se debe cortar la radicalización del nacionalismo ruso, personificado en el presidente Putin, antes de que derive en una clara política belicista.
Dejando aparte el «error» de suponer acaecido un hecho antes de que suceda, y el anacronismo de que en un país como Estados Unidos se condenen «políticas belicistas», la preocupación es que a los «halcones» de Washington no les falta, habitualmente, un inesperado incidente de consecuencias felices para sus propósitos, como, por ejemplo, el hundimiento del acorazado «Maine» (Guerra hispano-americana), el bombardeo de Pearl Harbor (II Guerra Mundial), el ataque al destructor «Maddox» (Guerra de Vietnam) o los ataques camicaces a Virginia y Nueva York (guerras de Afganistán e Irak).