No existen pruebas definitivamente aceptadas sobre el descubrimiento por
los vikingos islandeses de la América continental, sólo primitivas tradiciones
mitológicas, la controversia suscitada por los pobres y retorcidos resultados
de la investigación arqueológica y gran cantidad de falsificaciones, de las que
quizá sea la más famosa la del mapa de Yale. Es decir, por lo que se refiere a
la historia, no tienen valor de evidencia.
El parágrafo anterior es una recapitulación breve de las razones
expuestas a continuación (ordenadas cronológicamente) para probar que el
desembarco de vikingos en América continental es una teoría sin base científica. Veamos.
Las sagas son leyendas poéticas, primitivas tradiciones heroicas y mitológicas de
la antigua Escandinavia. Algunas contienen un fundamento histórico, pero muchas
veces son completamente imaginarias y hasta míticas. Está demostrado que las «sagas»
que aluden a Vinlandia (Erik el Rojo y de los groenlandeses) tienen párrafos
y topónimos copiados de la Navigatio
Sancti Brandani (crónica del viaje de este obispo irlandés), a las que
luego añaden H. Eriendsson y G. Leisson (siglo XIII) datos imaginarios para el
engrandecimiento de antepasados suyos; y el códice con la historia de Islandia,
el Islendigabok, obra del erudito
islandés y monje católico Thorgilsson, no alude a los viajes a Vinlandia.
La tabla de Kensington. En 1898 se anunció el descubrimiento en Kensington (Minnesota) de una
leyenda rúnica grabada en tabla de piedra, otra falsificación, en este caso
obra de un emigrante sueco, Olof Öhman, propietario de la granja en la que fue
habida la tabla, con la que pretendía demostrar que los vikingos remontaron el
río San Lorenzo y, luego de un curso de más de 3 000 km, desembarcaron en el N
del actual Estados Unidos en 1362. En tiempos de guerra con España, la
falsificación tenía clara intencionalidad política.
El yacimiento de L’Anxe aux
Meadows. En 1960 aparecieron algunos desconcertantes restos
arqueológicos en la isla de Terranova (Canadá), que fueron anunciados como vikingos
por un equipo dirigido por el matrimonio Ingstad (Helge y Anne Stine) y financiado por la Sociedad Geográfica Nacional de Noruega.
Sin embargo, tras dos excavaciones (1961-68 y 1973-77), este yacimiento
contiene poco o nada que sirva para probar una aldea vikinga en Canadá. A pesar
de numerosas aseveraciones en contrario, los estratos de este villorrio (tres grandes
casas de madera) no han revelado prueba concluyente de un asentamiento de escandinavos
y los objetos confeccionados por estos son tan escasos y pequeños (unas decenas
de clavos y remaches principalmente) que fácilmente se explican con un
intercambio comercial de los esquimales en Groenlandia. Tampoco se han
descubierto antiguos campamentos a orillas de los estrechos de Davis o Hudson ni
han aparecido huesos humanos en las penínsulas de Labrador y Nueva Escocia. Hoy
se cree que la aldea vikinga de la Ensenada de Meadows no es tan vikinga como
se pensaba hace años y no faltan arqueólogos que la cuestionan casi totalmente.
El Mapa de Yale es un mapamundi en pergamino (40 x 28 cm), una representación
geográfica de la tierra conocida e intuida en el siglo XIV, en la que figura la
silueta de Groenlandia y la isla de Vinlandia de las leyendas vikingas.
Publicado en 1965, este mapa nunca ofreció demasiadas garantías de veracidad y
ha pasado a la historia como el más escandaloso episodio de falsificación del
siglo XX, trazado en la década de 1920 o 30 y agregado posteriormente a un
códice verdadero (Relación Tártara)
de la biblioteca del Cabildo catedral de Zaragoza (véase más adelante «Anexo I: el mapa de Yale»).
Universidad de Yale El mapa de Yale, falsificación irrebatible: un estudio espectroscópico de la tinta demostró que data de 1923. |
Conclusión. La teoría de que navegantes escandinavos llegaron a las costas del
Labrador representa una concepción histórica más orientada al sensacionalismo
que a la investigación, sin la precaución siquiera de asegurarse de la
objetividad de los hechos. La historia ha de adoptar una forma y un carácter
puramente científico. El caso contrario, como hemos visto, conduce a una adulteración
de la arqueología en el mejor de los casos, y a una falsificación en la mayoría
de ellos.
Aun elevando a la dignidad de hechos históricos todas las teorías del
descubrimiento prehispánico (fenicios, cartagineses, egipcios,
los restos de la flota de Alejandro, los templarios, una banda de galeses, etc.), incluidas las puramente fantásticas (la «perdida Atlántida», la «Isla fabulosa de Mu», una de
las «Tribus Perdidas de Israel»), una cosa se saca por conclusión muy cierta:
España había triunfado donde todos fracasaran, conquistador incontrastable de
América, pues los descubridores de este continente fueron los americanos, sean 15
o 30 000 años, autóctonos o emigrantes mongoloides.
ANEXO I
El mapa de Yale
El códice de la Relación Tártara, sin el mapa, aparece en una exposición de artículos históricos celebrada en Madrid en 1892, propiedad de la Archidiócesis de Zaragoza. En 1957, un librero anticuario de Barcelona, Enzo Ferrajoli, acusado de adquirir ilícitamente varios códices de la biblioteca del Cabildo catedral de Zaragoza, lo ofrece a L. Witten, su colega en New Haven (Connecticut, Estados Unidos), que lo vendió bajo el mecenazgo del millonario D. Mellon a la Universidad de Yale. Allí, Raleigh Skelton, Thomas Marston y George Painter lo estudian en secreto durante tres años…
¿Cuándo ha sido agregado el mapa al códice? Nadie sabría decirlo, pero la Universidad de Yale cayó en la trampa, hasta llegar a ser publicado en una salvaje operación de falsificación, de la que fue víctima y también consentidora al publicarlo como auténtico (The Vinland Map and Tartar Relation, 1965). El mapa está confeccionado con un pobre grado de exactitud, como todos los atlas primitivos, excepto Groenlandia, trazada con precisión asombrosamente grande (hasta 1892 no se demostró que era isla y no península), lo que indicó una razón muy temprana entre los eruditos para sospechar de una falsificación.
Desde entonces varios grupos de investigación han confirmado múltiples evidencias de fraude (enmiendas contemporáneas, encuadernación sospechosa, un pergamino sin afinidad con el papel del códice, etc.). El químico británico Robin Clark concretamente demostró (2002) que la tinta databa de 1923 y el falsificador, según la historiadora alemana Kirstein Seaver, se identifica con Joseph Fischer (1858-1944), historiador y cartógrafo austriaco. En septiembre de 2021 la crítica ha dado fin a su tarea: «El mapa de Vinlandia es falso —anunció el bibliógrafo Raymond Clemens de la Universidad de Yale—; no resta duda razonable alguna al respecto».