27 de diciembre de 2020

El hambre en el mundo y su mentira

Renitor
Que el hambre en el mundo deviene de la superpoblación es pura mentira. La causa directa del problema es la falta deliberada de alimentos, su desigual reparto como consecuencia de estructuras económicas colonialistas y el gasto excesivo en armamento. Naciones Unidas calcula que, en la actualidad, casi 900 millones de habitantes padecen de hambre o presentan síntomas asociados con carencias nutritivas.

En la década de 1960, estudios muy serios demostraron que bastan 2 acres (8 094 m²) de suelo por persona para proporcionar el alimento indispensable de una dieta normal (3 000 a 2 700 calorías por individuo y día). Según estas estimaciones y con arreglo a la población del mundo en esa misma década, eran necesarios 6 000 millones de acres. Pues bien, se explotaban alrededor de 16 000 millones y los dos tercios de la población mundial pasaban hambre.

Esos 16 000 millones de acres representan sólo la décima parte del límite de las tierras cultivables (unos 1 500 millones de hectáreas o el 15% de la superficie terrestre) y algunos países subalimentados explotaban menos del 10% de su superficie cultivable, casos de Perú y Colombia en los años 60, con el agravante de que en ciertos países el rendimiento de los cereales sólo alcanzaba los 1000 kg por hectárea frente a los 3 000 en Europa.

El verdadero problema no es de índice de natalidad, sino de la utilización irracional de los alimentos y, sobre todo, del subdesarrollo férreamente mantenido por un neocolonialismo en el que se hace sentir la necesidad de monocultivos, materias primas y mano de obra baratas. «Como fruto de un feudalismo económico más lúcido y calculador que cualquier otro conocido en la historia —escribe el periodista español Juan P. Muntañola—, resulta que la fuente de prosperidad de los países llamados desarrollados se basa precisamente en el subdesarrollo de la masa de naciones que constituyen el llamado Tercer Mundo».

James Natchwey
En los países mal alimentados son corrientísimas las enfermedades carenciales e infecciosas (negocio farmacéutico), enorme mortalidad infantil (control demográfico) y una población apática, incapaz de enfrentarse con un colonialismo salvaje (materias primas y mano de obra baratas).
El problema falseado. Pese a estos datos, los expertos siguen insistiendo en la superpoblación como causa directa del hambre colectiva, es decir, la idea del economista Thomas Malthus (1789), que achaca el hambre al nacimiento de más individuos de los que se pueden alimentar. En 1970 el premio Nobel de la Paz Norman Borlaug alertó contra «el monstruo de una población mundial que crece sin cesar», en 1972 un informe del «Club de Roma» siguió esta línea de pensamiento, en 1984 se proclamó la necesidad de contener el incremento demográfico (Conferencia de Méjico) y en 1991 este planteamiento fue asumido por el Fondo de Naciones Unidas para Actividades en Materia de Población (FNUAP). Contra esta teoría se han pronunciado personajes tan poco sospechosos como Josué de Castro, expresidente del Consejo de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO): «Es preciso desembarazarse de la idea maltusiana… Nada justifica científicamente esta teoría».

Hambre y movimientos materialistas. La teoría maltusiana falsifica la realidad del problema, pero ha llegado hasta el momento actual con las oportunas revisiones periódicas y un plan que resulta bastante sombrío: el de la «estabilización» de la población mundial en torno a los 9 000 millones de habitantes en el año 2025. Esta «estabilización» sólo se consigue en una población femenina de cada vez menos fecunda (feminismo, aborto, homosexualidad) y la eutanasia estatalizada, de ahí, entre otros, la prosperidad de estos movimientos materialistas.

El cuento de nunca acabar. El hombre necesitó solamente tres décadas para duplicarse (3 000 millones en 1970 y 6 000 en 2000) y algunos demógrafos calcularon que la población se doblaría en sólo quince años, esto es, 12 000 millones para el año 2015. Pero en 2020, con unos 7 800 millones de habitantes, estamos muy lejos de estos estudios de crecimiento demográfico, la producción mundial de productos agrícolas ha aumentado y, sin embargo, la novena parte de la humanidad padece de hambre o de alimentación insuficiente.

James Natchtwey
Patética imagen del África negroide, continente asolado por los problemas del hambre, las enfermedades, la miseria y el terrorismo mahometano, que ocasionan una altísima mortandad. Sobre la relación de interdependencia entre exceso de armamento y hambre no hay nada que discutir.

¿Un planeta agotado? Con la plena utilización de la superficie cultivable, la racionalización de la agricultura y el total aprovechamiento de los recursos naturales, sólo podría hablarse de una desproporción entre la producción de alimentos y el número de habitantes cuando este sea de unos 20 000 millones. Según Herman Kahn, la Tierra puede llegar a contener 15 000 millones de habitantes con una renta «per cápita» superior a la de Europa occidental o Estados Unidos. Como ha escrito el canciller alemán Willy Brandt: «Resulta escandaloso que un número tan elevado de seres humanos estén condenados a perecer de inanición en un mundo que, a todas luces, parece en condiciones de producir alimentos suficientes para todos».

En conclusión, la raíz verdadera del problema no está ni en el exceso de población ni en un fenómeno natural, sino en una sociedad egoísta, enferma, enredada en la insolidaridad de un capitalismo salvaje y sus mecanismos mafiosos (mala distribución de la riqueza e irracionalidad de la explotación de los recursos). Tampoco es posible negar que el hambre y la miseria podrían combatirse con más eficacia en muchas partes del mundo si tan solo una parte de los fondos gastados en exceso de armamento y exploración espacial se dedicara a fines productivos y a actividades humanitarias.