9 de enero de 2021

Mitos y falsedades de la mascarilla

Renitor
El debate de la eficacia de la careta de materia filtrante, conocida como «mascarilla», deriva del diferente posicionamiento de las autoridades político-sanitarias a la hora de determinar el empleo o no de las mismas. Estas opiniones cambiantes explican el desconcierto en algunos sectores de opinión. En este artículo nos proponemos ofrecer un resumen selectivo de las ventajas e inconvenientes de los filtros, explicando de paso los detalles menos conocidos.

Ineficacia para el virus. Los virus, apenas visibles con el microscopio ordinario (tamaño de 10 a 500 milimicrómetros), pasan a través de los filtros de careta comercializados en farmacias. Estos filtros, según el tipo, dejan pasar de 60 a 200 de las 1 200 o más partículas que se encuentran en el aire por centímetro cúbico (a título comparativo, con filtros de elevada eficacia para las partículas más finas, como el tipo «P2» de empleo militar, sólo se escurre menos de la milésima parte y ni eso con el tipo «P3»).

Eficacia para las bacterias. Los intersticios de la «mascarilla quirúrgica» son lo suficientemente estrechos para no dejar paso a las bacterias, auxiliar inestimable para enfrentar una epidemia. Por ejemplo, el control de los gérmenes de invasión secundaria redujo las que pudieron ser desastrosas consecuencias de la pandemia de gripe asiática de 1957-58, estrategia antimicrobiana que consistió, principalmente, en el uso de «mascarilla» (sin aislamientos en masa ni cuarentenas interminables por cierto).

Eficacia condicionada para los «aerosoles». Los microbios, como cualquier partícula fina (sólida o líquida) encontrada en el ambiente, poseen velocidades de sedimentación muy bajas, por lo que permanecen suspendidos gran cantidad de tiempo y son arrastrados lejos de su lugar de emisión por las corrientes de aire. Ello reduce la solución microbiana en el aire («aerosoles»), pero con las eficacidades ya señaladas: alta para la bacteria, cuasi-nula para el virus.

Federico Ragazzini
La protección completa contra la epidemia vírica (o los agresivos biológicos es lo mismo) de transmisión por inhalación se consigue sólo por el empleo de una máscara de ajuste hermético que protege boca, nariz y ojos y contiene elementos de elevadísima eficacia para filtrar el aire.
Inconvenientes para el usuario. Como apuntamos más arriba, el filtro de careta no deja paso a las bacterias, pero es preciso substituirlo frecuentemente (de entre 7 y 14 horas) para evitar el desarrollo de microorganismos en el propio filtro (no se puede limpiar ni esterilizar sin dañar el medio poroso). La aparición de una intensa vida microbiana (bacterias, hongos, parásitos, etc.) en el filtro favorece el desarrollo de enfermedades infecciosas y parasitarias. Otro inconveniente es una sensación de fatiga psicológica que dificulta notablemente la ocupación humana.

Empleo generalizado. El filtro de careta tipo «quirúrgico», por ejemplo, reduce la exhalación de microbios hasta en un 90%, pero la protección a la exposición es ínfima (ni el 10%). Es decir, su función primordial es reducir los gérmenes de invasión secundaria, que aumentan la morbilidad y aptitud mortífera de una epidemia (sistema inmunitario deprimido), y su éxito radica en un empleo generalizado, sin excepciones, pues el virus vive en sujetos portadores que no sufren la enfermedad, pero que la propagan en un momento dado («vectores asintomáticos»).

Por qué fracasó la «mascarilla». La introducción con retraso de las protecciones de barrera fue el principal factor que hizo aumentar muy considerablemente la frecuencia de la enfermedad, hasta el confinamiento casi total de la población. No es difícil pronunciarse sobre el papel culposo de las autoridades político-sanitarias de tal retraso, primordialmente las de China, después las demás, incluida la Organización Mundial de la Salud (OMS), con una información que excluyó como fuente de contaminación los «aerosoles» (!). Así queda explicado por qué fracasó la «mascarilla» (y las protecciones de barrera en general).