Ministerio de Defensa de España
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Las bases españolas, ocupadas intermitentemente desde 1988, están situadas en las islas Livingston («Juan Carlos I») y de la Decepción de las Shetland del Sur («Gabriel de Castilla»). La primera es gestionada por el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la segunda tiene administración militar (Ejército y Armada). España comenzó a enviar en 1988 expediciones anuales, sin que sirvan de base a reclamaciones territoriales, bien que si quisiera podría adelantar sus derechos al año 1603, antes que cualquier otro país (fueron barcos españoles los que dieron vista por primera vez al gran «continente blanco»).
La mayor proximidad de la Antártida a otro continente se da en la península Antártica (Tierra del Fuego sudamericana), pero algunos países mantienen reivindicaciones territoriales que en varios casos se superponen entre sí. Unos basan sus posibles reivindicaciones sobre la región antártica en la herencia española o la proximidad geográfica (Argentina, Australia, Chile, Nueva Zelanda) y otros en sus expediciones y exploraciones (Francia, Noruega, Reino Unido). Probablemente, la primera población humana fue española (1819), a bordo del «San Telmo», navío de 74 cañones de la Real Armada, pero se trató de un hecho accidental (varado o naufragio). El Tratado Antártico, suscrito en Washington en 1959, paralizó todas las reclamaciones de soberanía y permite la libre investigación científica por todos los países.
¿Investigación científica? A la exploración de la Antártida se le supone la colaboración entre científicos y entre los países que representan, pero el interés militar o industrial es fácil disfrazar y en los años 60 se experimentó una notable aceleración en la transformación de las bases científicas de duración limitada en otras permanentes, especialmente norteamericanas y europeas, con material radioeléctrico que excede las necesidades de los investigadores científicos.
Tras el conflicto de las Falkland (1982), Reino Unido prolongó la pista de aterrizaje en Rothera (isla de Adelaida), los franceses construyeron una auténtica pista convencional, de hormigón, en su base de «Dumont d'Urville» (Tierra Adelia), y la Unión Soviética, que dos años antes había inaugurado su primera pista («Molodiokhnaya»), decidió construir tantas como bases tenía. Es difícil advertir fines científicos en todas estas pistas, en especial aquellas de 4 km de las bases estadounidenses «Polo Sur» y «Siple» o las de 3 km de «McMurdo», «Ross» y «Byrd», del mismo país. Algunas de esas pistas son utilizables por los aviones de ruedas y hay quien las relaciona con una red de bases aéreas OTAN tendida a lo largo de Sudamérica, dispuesta a efectos estratégicos para proyectar una fuerza sobre un hipotético teatro de operaciones no sólo en América del Sur sino también en la Antártida.
¿Materias primas? Dícese
que el interés está conectado con la riqueza de recursos minerales
en la Antártida, hipótesis sin fundamento. Dejando aparte el carbón y exploraciones mineras ocultas, no parece una región excepcionalmente rica en yacimientos de minerales útiles y todavía menos en combustibles. Y en caso contrario, las instalaciones antárticas salen muy caras en logística y
la casi totalidad de la superficie antártica se encuentra recubierta
por una capa de hielos perpetuos de 2 km o más que complican y
encarecen la explotación minera. Un dato curioso al respecto: ese gigante militar mundial llamado Estados Unidos, protagonista de las expediciones antárticas más espectaculares y propietario de la base más grande en la región («McMurdo»), no mantiene ninguna reivindicación territorial.