Giuseppe Pelliza da Volpedo |
La mentira es la verdad absoluta de los pobres y los necios y en política permite las mayores audacias. Esta es una de las razones fundamentales del éxito en España de «Podemos» (coalición de marxistas), «Ciudadanos» (liberales disfrazados) y nacionalismos regionales exóticos. La primera consecuencia de la aparición de estos partidos, dejando aparte «complicaciones económicas», es el multipartidismo, que sólo sirve para provocar crisis del Parlamento y el fortalecimiento del poder ejecutivo, es decir, acabar con la riqueza y las libertades individuales.
Por la práctica y la experiencia, el régimen más sano para la democracia es el bipartidismo, la oposición tradicional entre conservadores y socialdemócratas, con un tercer partido de importancia escasa, que sólo pueda revestir influencia cuando no se consiguen mayorías. Pero cuando sucede la desafección de los electores aparece el multipartidismo, un arte de masas para recuperar el favor de las mismas, cada vez menos libres y absolutamente domesticadas, psicológicamente impresionables, a las que los medios informativos fácilmente dan contextura.
Las antiguas civilizaciones democráticas limitaban el número de ciudadanos beneficiarios de la democracia, el presidente estadounidense John Adams (1797-1801) sostenía que el gobierno debía ser administrado por los bien nacidos y capaces, y el filósofo francés Françoise Arouet «Voltaire» (1694-1778) condicionaba el progreso humano a la aparición de un gran caudillo. Es decir, la preocupación en la amenaza que las masas hacen pesar sobre la democracia no es en sí una novedad.
La elección que debe extraerse de lo dicho es que, a menos que los españoles reconozcan el bipartidismo como régimen más saludable para la democracia, las rivalidades oportunistas y enanas aniquilarán a la gobernabilidad y economía del país en una serie de elecciones cada vez más destructoras. Llegado al extremo, cabe preguntarse si no es preferible un rey patriota al sistema partidista.