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CSIS/AMTI |
Hace unos días Trump cuestionó la «política de la China única», es decir, la integración de Taiwán en la China continental, y Tillerson amenazó con enérgicas medidas si Pekín prosigue con la fortificación o construcción de islitas en aguas internacionales, islitas de inequívoco uso militar (proporcionan una base desde la que pueden despegar aviones) y que van apareciendo con el trasfondo de la riqueza de hidrocarburos en yacimientos submarinos.
Como era de esperar, su efecto fue amplificado por los encendidos mensajes del aparato mediático de Pekín: el 13 de enero comunicó el Global Times que «es mejor que las dos partes se preparen para un enfrentamiento» y el China Daily vaticina una «confrontación devastadora»... Dejando aparte bravuconadas bélicas, China no está resuelta a lanzarse a la guerra en la primera oportunidad, ni con Japón y todavía menos Estados Unidos, aunque no para de irritar al primero con correrías aéreas y submarinas que algún día pueden acabar con la paciencia de Tokio o en un «accidente fatal» de consecuencias imprevisibles (véase La guerra fría se desplaza a Asia oriental).
Una política muy agresiva. Pekín ha realizado pruebas de misiles frente a las costas de Taiwán y maniobras militares en el mar de la China en unos despliegues intimidatorios, tiene litigios territoriales con varios países ribereños y en el sector S de dicho mar, con su inmensa superioridad militar sobre los países vecinos, impone un descarado «imperialismo contiguo» o, si se quiere, una «política de hechos consumados», sin argumentos jurídicos ni históricos y moviéndose con absoluto desprecio al límite de aguas jurisdiccionales determinado por el derecho internacional. Ahora bien, en la entrada Japón amenaza a China, de febrero de 2014, ya se advertía que la ocupación japonesa de las islas Senkaku podía traer estas consecuencias.
A no dudarlo, y dejando aparte los hidrocarburos, uno de los objetivos chinos al construir estos islotes artificiales consiste en encerrar a los países ribereños del mar de la China Meridional en un anillo de bases aéreas. La razón para ello está en que en la guerra naval aparece como principal fuerza de choque el portaviones y China no tiene ninguno. Su «nuevo» portaviones Liaoning de 55 000 t, esto es, el Riga soviético de 1988 adquirido por China en 2004 e incorporado a su flota en 2012, tiene una capacidad militar limitada y, en opinión de muchos técnicos navales, sirve como barco de experimentación para un nuevo portaviones.
Actualización
Este grupo de combate, que navega por aguas internacionales, no presenta ningún problema de soberanía, pero supone una respuesta calibrada a la agresiva política de Pekín en la zona y con la fuerza destructiva suficiente para intervenir mediante sus armas en caso de conflicto soterrado o de guerra declarada.