Caza-bombardero F-18 de la Fuerza Aérea española (Ministerio de Defensa de España)
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Algunos señalan la actual crisis europea como un ciclo económico más del
sistema capitalista, pero sin otra solución que una guerra con un coste humano y material similar al de la II Guerra Mundial. Las circunstancias necesarias para ello ya parecen dispuestas: una «revolución» que ha abierto los parlamentos árabes al radicalismo islámico, la agresiva política exterior iraní, el fortalecimiento militar de Rusia y un debilitamiento social en la Unión Europea, primera potencia económica mundial.
Ante la actual crisis europea, la más grave desde la II Guerra Mundial, los estudiosos están divididos: unos sospechan de un ataque de la divisa americana a la europea y otros, más audaces, del propósito de llegar la guerra a Europa como aliviadero del Capitalismo. Ambas opiniones nadan en razones, pero la última tiende a desplazar la primera.
El origen de esta crisis está en Estados Unidos, con la inflación de los valores inmobiliarios y el fallo de los bancos Lehman Brothers y Bear Stearns (15 septiembre 2008), que alentó la desmesurada especulación bursátil y trajo una secuela de quiebras de bancos e instituciones financieras. La depresión iniciada en Estados Unidos afectó a la Unión Europea y con una conducta culposa de las agencias de calificación (el «miedo» es un factor resolutivo en las inversiones bursátiles). Así, los especuladores actuaron sobre el llamado CDS («Credit Default Swap»), creado en 1994 por J. P. Morgan y que mide, sin saber con perfección cómo, la solvencia de un país, hasta el extremo de comprometer su financiación con estimaciones arbitrarias, como quedó probado en Grecia, en que el índice CDS, en desprecio a la lógica, aumentó de 7 a 5 300 en sólo cuatro años (2007-11).
El ataque a la Unión Europea. Europa era el epicentro económico mundial hasta que las dos guerras mundiales erosionaron su posición hegemónica. Sin embargo, y no obstante muy pobre en ciertas fuentes energéticas, sus habitantes disfrutan de un nivel de vida más alto en promedio que cualquiera de los otros continentes. La reciente agrupación de los países europeos en un gran bloque económico y político, la Unión Europea, dirigida a un estado supranacional, coloca a Europa nuevamente como la primera potencia económica mundial. En efecto, el dólar y la libra servían como divisas básicas al Fondo Monetario Internacional, creado con los acuerdos adoptados en Bretton Woods (1944), pero las circunstancias han cambiado con la llegada del euro, que apartó a la libra y comprometió al dólar, lo que hace sospechar a algunos que la actual crisis es un ataque de la divisa americana a la europea. Así, desechas las economías de Islandia, Irlanda, Portugal y Grecia, en circunstancias tan extrañas como las anteriormente descritas, los especuladores maquinaron contra España e Italia, dos de los «cuatro grandes» de la zona euro. Admitido que la Unión no tiene la capacidad para rescatar una economía como la de España o Italia, el propósito no parece ser otro que arruinar el euro para desarticular la Unión Europea.
Se puede argumentar que desde principios del siglo XIX se viene experimentando en Norteamérica y Europa la crisis periódica, peculiar del capitalismo industrial, y que hay muchas teorías que pretenden explicar las causas de los ciclos económicos, pero no pueden explicar la regularidad con que hacen su aparición y, todavía menos, el alargamiento e intensificación de la actual crisis europea. Es significativo, en cualquier caso, que las dos crisis más graves desde la II Guerra Mundial aparecieron en el preciso momento que Europa parecía decidida a unificarse.
La guerra. La industria de armamentos de guerra es el aliviadero del sistema capitalista, con extremo en ambas guerras mundiales. Extinguida la «guerra fría» con victoria de la OTAN, la intervención de esta en Oriente Medio (Kuwait, Irak, Afganistán) no parece satisfacer necesidades, mayormente las de Estados Unidos, que tiene en la factoría de armas su principal elemento político y económico.
Para que prospere una guerra más o menos universal son necesarios una clase media debilitada y un poder ejecutivo fortalecido, y el método más proporcionado es una crisis intensa con el paro inherente. Indistintamente de la causa y dejando aparte consideraciones económicas, el paro tiene un efecto desastroso en el trabajador, incluso en la Unión Europea, donde existen compensaciones de paro y ayuda pública: los hogares se disgregan, la salud del trabajador se ve amenazada y su moral perjudicada, los jóvenes pierden la disciplina moral e intelectual. Inevitablemente, la masa se rebela contra el sistema, una revolución que es aprovechada por dirigentes hábiles con el resultado del fortalecimiento de los poderes estatales.
La prospectiva más siniestra es que, en uno u otro caso, solamente las necesidades de una economía de guerra son capaces de conseguir una alta disminución del número de parados, y con una guerra que debe ser muy destructiva para que la demanda de mercancías y bienes de consumo minimice el impacto del paro en la posguerra.