US Department of Defense
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Estados Unidos. El ejército instaló en Hanford (Washington) en 1943 una estación generadora de plutonio para el programa atómico estadounidense («proyecto Manhattan»). En 1944-57 produjo una considerable diseminación de yodo-131 radiactivo (unos 530 000 curios), en 1949 de manera deliberada, durante un experimento secreto por nombre «Green Run» (2 diciembre), en el que se hicieron llegar a la atmósfera casi 8 000 curios de yodo-131. Por proximidad afectó especialmente las poblaciones de Richland, Pasco y Kennewick. Entre los efectos biológicos a la absorción de esta dosis de radiación aparecieron caída de pelo y eran frecuentes leucemia, cáncer, disfunciones de tiroides (hipertiroidismo) y malformaciones fetales, no sólo en el hombre sino también en el ganado.
Por supuesto, el tiempo que tardaban en aparecer las manifestaciones y la gravedad del proceso variaba ampliamente según los individuos y la dosis no tuvo efecto alguno sobre una mayoría o la sufrió de una forma muy leve, pero las manifestaciones aparentes eran reconocibles para una parte del colectivo médico. Sin embargo, las poblaciones afectadas debían su espectacular prosperidad económica al programa atómico militar y, para no perjudicar este, las autoridades locales impusieron el secretismo o negaron la enfermedad por radiación.
La actividad nuclear en Hanford decayó en 1968 y terminó en 1986. En este mismo año, la periodista Karen Steel («Spokesman Review») sacó a la luz el experimento «Green Run» y la DOE (Departamento de Energía) reconoció públicamente su existencia, pero los resultados del mismo, salvo algún dato irrelevante, se ocultan todavía hoy en la discreción militar.
Además de Hanford, Oak Ridge (Tennessee) y Los Álamos (Nuevo México), que vertebraron el programa atómico estadounidense, aparecieron otros centros nucleares con instalaciones para la producción de plutonio, tritio y uranio-235, como Rocky Flats (Colorado), Savannah River (Carolina del Sur), Fernald (Ohio) y otras, en número de 20 y con unas 250 fábricas que empleaban a unos 110 000 operarios. Durante la «guera fría» se registraron más de un centenar de accidentes, la mitad de ellos en Rocky Flats y Savannah River, de los que nada se sabe. Tras descubrirse el experimento «Green Run» y los temores crecientes sobre otros similares, miles de estadounidenses se organizaron para las oportunas indemnizaciones, pero la Legislación estadounidense impide enjuiciar al Gobierno por asuntos relativos a la «seguridad nacional».
La información sobre ciudadanos irradiados, accidental o deliberadamente, es poca. Según la Asociación Nacional de Supervivientes de Radiactividad (NARS), de California, se calculan en unos 900 000, con el agravante de que Estados Unidos, a diferencia de España o la Unión Europea en general, no tiene una sanidad pública gratuita de primer orden.
Rusia. Sobre la Unión Soviética faltan datos fidedignos, pero no se quedó a la zaga de los americanos y, acaso, les superó. La primera bomba atómica soviética («RDS 1»), copia de la norteamericana «Fatman» de Nagasaki, hizo explosión el 29 de agosto de 1949 cerca de Semipalatinsk, ciudad de Kazakhstán o Kazajia (la segunda más extensa de las quince repúblicas que integraban la Unión soviética e independiente en 1991). Que se sepa, los soviéticos realizaron unos 1 080 ensayos atómicos (1949-90), más de la mitad de ellos en territorio kazajo y sin prevenir a la población (están probadas explosiones experimentales a 15 o menos kilómetros de granjas colectivas o «kolijós», organización cooperativa de campesinos que se agrupaban para administrar en común una hacienda agrícola).
El 12 de agosto de 1953 se hizo explotar una bomba de hidrógeno («RDS 6» de 400 kT) a sólo 15 km de colonias ganaderas y 55 de Semipalatinsk. Los efectos mecánicos producidos por la onda de choque rompieron los cristales de las casas y se desconocen los daños que pudieron ocasionar las lluvias de partículas radiactivas aerotransportadas (en esta ciudad, con casi 400 000 h, no había ningún contador Geiger de radiactividad). Al mismo tiempo, en el pueblo de Karaaul, fueron expuestos a los efectos de la bomba 40 hombres adultos (35 de ellos recibieron una cantidad letal de radiación y morirían en los meses o años inmediatos) y se dieron casos similares en algunas colonias agrícolas o ganaderas.Ante la preocupación creciente y la frecuencia de cáncer, leucemia y malformaciones fetales, los órganos de seguridad soviéticos, especialmente el Comité de Seguridad del Estado (KGB), negaron el permiso de salida a las poblaciones de la región argumentando que conocían «secretos de estado».
En rededor de Semipalatinsk se ensayaron casi medio millar de explosiones nucleares subterráneas (1961-89), que originaron lagos por hundimiento del suelo, cuyas fuentes primarias eran las precipitaciones que les alcanzan después de la explosión atómica, el agua fundida de la nieve y la lluvia directa. Carecían de desagüe y el agua contenía tan gran cantidad de radiactividad, provocada por la explosión, que los contadores de Geiger limitados a unos 1 300 milirroentgens eran inútiles o resultaron dañados durante las mediciones (la dosis máxima permitida, que no produce efectos, está fijada entre 10 y 100 milirroentgens). Estos «lagos atómicos» se poblaron con carpas y otros peces, con propósito experimental sin resultado conocido. Algunos habitantes de la región eran pastores seminómadas y transitaban esta zona, con la consiguiente contaminación del ganado (hasta 300 veces más de la natural), que era utilizado en la cadena alimentaria local.
En febrero de 1989, ante la desintegración de la dictadura comunista, Olzhas Suleymenov, de la Asociación de Escritores de Kazakhstán, denunció los hechos y nació un movimiento («Nevada-Semipalatinsk») para acabar con los ensayos atómicos, atender a las víctimas y dilucidar responsabilidades. Sin embargo, la llamada «Glasnost», término de la lengua rusa que significa claridad y transparencia, no superó el secretismo y la opacidad que había caracterizado el programa nuclear soviético.
Otros países. En 1953 Reino Unido hizo estallar una bomba atómica en la isla de Monte Bello (Australia) y siete años después Francia ensayó otra en la Polinesia. En 1964 China verificó su primera explosión atómica y con ella quedó probado que cualquier país podía agenciar técnica nuclear adelantada. Les siguieron Israel (1968), India (1974) y Pakistán (1998). Estas pequeñas fuerzas atómicas, a las que el secretario de Defensa estadounidense McNamara llamó «inútiles y peligrosas», no mostraron una mejor consideración a la vida humana, aunque el papel de Israel es mera especulación.
Los 194 ensayos franceses en la Polinesia (1966-96) contaminaron sus aguas y estas a su vez los peces, que produjeron perniciosos efectos a las personas que los comen. Los médicos franceses disfrazaron los efectos de la radiación con la enfermedad de ciguatera, común de los peces y crustáceos de las costas del golfo de México, pero en 1989 el doctor Ruff, de la Universidad Monach (Melbourne), fundamentó la frecuencia de esta enfermedad en Tahití y otras islas de la Polinesia Francesa con los ensayos atómicos («British Medical Journal»).
Reino Unido realizó 12 pruebas en Australia (1952-57), 9 en el atolón de Christmas (1957-58) y 24 en Estados Unidos (1962-91). En las dos primeras se expusieron deliberadamente a los efectos de la radiación soldados neozelandeses (motejados «kiwis» atómicos) y británicos. Los medios de comunicación pasaron de largo sobre el asunto y en muy pocos casos los organismos políticos establecieron pensiones para las víctimas, la mayoría pequeñas ayudas económicas de carácter periódico. Algunos investigadores acusan a Reino Unido de exponer a las explosiones atómicas personas huérfanas con deficiencias mentales.
India y Pakistán, con unas calamitosas estadísticas de bienestar social y las ciudades más insalubres, realizaron 13 ensayos atómicos, el último en 2007 (Pakistán), pero sus centros nucleares, muy mal protegidos, producen una considerable diseminación de partículas radiactivas sin que ello constituya una preocupación nacional. El centro nuclear de Tarapur (Akarpatti), el primero de la India (1969) y con patente norteamericana, contaminó palmerales, ganaderías y algas marinas. El de Kalpakkam (bahía de Bengala) diezmó la agricultura en la zona y se impuso el silencio a los vecinos, gente humilde con una economía de subsistencia.
Norteamericanos, rusos y demás administradores de armas atómicas aseguraron en cada caso que nunca se rebasaron los niveles de seguridad, pero los investigadores que intentaron probar lo contrario fueron arrinconados o murieron en circunstancias sospechosas, caso de la periodista norteamericana Karen Silkwood (1974), que consiguió documentación probatoria de graves negligencias en la planta productora de plutonio de Cimarron (Ohio).
Sin esperanzas. Las deformaciones y distorsiones éticas y sociales que se daban en la Unión Soviética, Estados Unidos y otros países durante el período de ensayos atómicos, como irradiar
personas so pretexto de la «seguridad nacional», es un crimen de
lesa humanidad. Se dice que la restricción en la información sobre
los experimentos atómicos se debe a la
preocupación en un escándalo de consecuencias imprevisibles. Sin embargo, la publicitación de información fehaciente sobre estos supuestos crímenes, que ni se reclama ni está prevista, no tendría consecuencia de índole muy importante. En efecto, el ser humano parece vivir hoy en día en un estado de somnolencia
equivalente a una introversión total, incapaz de emerger de su
estado de aislamiento («internet») y enfrentarse con el mundo
exterior, actitud pasiva de consecuencias felices para los asesinos y fatales para los que ejercen una oposición activa.