ITC/CDC
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Las dudas que planteaba la existencia de un programa para el implante obligatorio en humanos de «chips» (tipo RFID) hicieron que el Instituto de Tecnología de Wyoming (WIT) preparara un estudio. De las 3 000 personas examinadas, un millar eran portadoras de un «microchip», la mayoría sin conocimiento de ello. En el caso de los descubiertos por el WIT, todos en manos y empastes, son completísimos bancos de datos sobre su portador (identidad, número de filiación, historial). La más de las veces se trata de una cápsula enana capaz de alojar un millón o más de componentes electrónicos, procedencia desconocida y dispositivo radiotransmisor-receptor, que acaso puede programarse para uno o más cometidos.
Estos hechos reconocidos causaron cierta inquietud entre los investigadores, especialmente John Brugle: «este estudio debe servir para reconsiderar hacia donde se dirige la sociedad actual, así como las peligrosas implicaciones de la implantación de chips en humanos como medida de control».
La plena entrada de la electrónica y la cibernética en el campo de la medicina, so pretexto de la vigilancia permanente de enfermos y elaboración de diagnósticos, abre perspectivas insospechadas en el control social. La vida es un sistema que se estructura, expresa y evoluciona en términos de moléculas y algunos técnicos y médicos creen que este tipo de «chip» apunta directamente a los sistemas moleculares. Ello permite precisar el diagnóstico de los transtornos y comprender la acción de los fármacos, pero también la intervención en las bases moleculares de la herencia, del metabolismo, de la comunicación celular, que se la puede dirigir y engañar con señales falsas para originar un estudio sistemático de las enfermedades económicamente sospechoso.
En cualquier caso, el estudio del WIT representa una realidad lograda y refleja un hecho al parecer irreversible que la generación moderna parece ignorar: la implantación clandestina en el hombre de microprocesadores, escándalo sobre el que pasan de largo los medios de comunicación en un corporativismo difícil de explicar.
Mas allá de la «vigilancia médica». En 2012, científicos norteamericanos ensayaron en pacientes daneses con osteoporosis aguda («Science Translational Medicine») un «microchip» que, accionado telefónicamente, administró a los portadores una substancia con la dosis y tiempo exactos para el tratamiento de la enfermedad. Los médicos más críticos advierten que estos «microchips» de accionamiento remoto o automático pueden tener desviaciones siniestras, como la manipulación del cerebro. Por ejemplo, la memoria a largo plazo, que tiene naturaleza química, se puede anular con una substancia que impide la síntesis del ácido ribonucleico (RNA), indispensable para la conservación del recuerdo a largo plazo, o condicionar las acciones del individuo con un «RNA condicionado», que retiene el conjunto de instrucciones que ha de realizar el individuo en un momento concreto o a una señal dada (véase «Control de masas: la manipulación del cerebro» y «Robot soldado y soldado robotizado»).