2 de octubre de 2015

Vida extraterrestre en el Sistema Solar

NASA
Nuestras sondas interplanetarias ya han visitado todos los planetas del Sistema Solar, incluido el enano Plutón, y en algunos casos con vehículo de exploración de superficie (Venus y Marte). En 2015 sólo quedan dos candidatos con posibilidad de vida, aunque muy remota y en sus formas más simples: los satélites Europa (Júpiter) y Encélado (Saturno), especie de «mundos acuáticos» cubiertos por una espesa corteza de hielo.

La condición primera para que la vida pueda prosperar es el agua, y un planeta sólo la puede retener de dos maneras: congelada o presionada por una atmósfera. En el sistema solar, ocho astros solamente tienen una atmósfera apreciable, pero con una temperatura tan elevada (Venus) o tan baja (Júpiter, Saturno y su satélite Titán, Urano, Neptuno y su satélite Tritón) que vaporizaría o congelaría los líquidos de hipotéticos tejidos animales. Y ninguna de ellas tiene una composición química compatible con la célula viviente.

Entre los astros de hielo, más numerosos, se cree que dos solamente tienen un océano subterraneo de agua en estado líquido: Europa y Encélado, en ambos casos como resultado de un calentamiento interno debido a las deformaciones que provoca en el globo de estos satélites la poderosa atracción de sus planetas y satélites vecinos (Ío y Ganimedes en el primero y Dione, en el segundo).

Estos hipotéticos océanos se caracterizarían por tener temperatura baja, aguas tranquilas y, por supuesto, ausencia de luz. Los más optimistas imaginan formas animales bénticas, fijas o capaces de desplazarse, por necesidad carnívoros o consumidores de detritus. Otros, como Carolyn Porco, de la misión Cassini, proponen la existencia de microbios termófilos, como los que viven en manantiales volcánicos y en las chimeneas termales de los fondos oceánicos terrestres, obteniendo la energía de reducir azufre a sulfuro de hidrógeno. La propuesta se ha recibido con escepticismo y una mayoría considera como remotamente probable la existencia de formas de vida en estos astros y —si es que realmente las hay y se encuentran— de un género muy singular y simple, bastante distinta a la de la Tierra.

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Europa, que mide 3 125 km de diámetro (más o menos como la Luna), es uno de los cuatro satélites más grandes de Júpiter. Bajo su corteza, básicamente hielo contaminado de unos 100 km de espesor, se le supone un «océano» de agua líquida de 10 000 m de profundidad. 
Otros candidatos, todavía más inverosímiles, son dos satélites de Júpiter (Calisto y Ganimedes) y uno de Saturno (Titán), globos rocosos aparentemente envueltos por una espesa corteza de hielo cuya temperatura es de —180 ºC. A los de Júpiter se les supone, sin convencer, un océano de agua líquida de varios kilómetros de profundidad, y Titán, el mayor satélite del sistema solar, tiene nubes de metano que precipitan en la superficie (lluvia) formando grandes lagos de etano con metano y disueltos en nitrógeno.

El modelo biológico de Calisto y Ganimedes —según algunos proponen— son las formas de vida encontradas en situaciones extremas en el fondo de los océanos terrestres, cerca de fuentes hidrotérmicas; y el de Titán, los llamados microorganismos extremófilos, seres unicelulares que pueden vivir con parámetros físicos extremos (excesivo calor o frío, ambientes hiperácidos o hiperalcalinos, hiperbáricos).

En cualquier caso, parece descartada la presencia de organismos en estos satélites: la baja temperatura en ellos, sin duda, inhibe la formación de compuestos orgánicos complejos, circunstancia desfavorable a la existencia de cualquier forma de vida. No obstante, Titán presenta mucho interés porque su composición actual es semejante a la que se supone tuvo la atmósfera terrestre en la era que precedió a la aparición de la vida.

En fin, varios son los planetas transplutónicos nuevamente descubiertos (Quaouar en 2002, Sedna en 2003, Orcus en 2004, Eris en 2005), pero puede darse por seguro que no existe vida en torno de estos lejanos astros del sistema solar (véase Planetas gigantes transplutónicos).

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Ganímedes es, excepción de la Tierra, el único astro del sistema solar en cuya superficie existen moléculas de oxígeno, pero éstas no han sido producidas por seres vivientes como en la Tierra, sino que son la consecuencia del bombardeo de hielo superficial del satélite por iones procedentes de Júpiter.
¿Y Marte? Este planeta es la gran decepción. Pesa menos de lo que se creía, carece prácticamente de campo magnético, su atmósfera es muy tenue (presión sobre la superficie inferior a 7 mm frente a 760 mm en la de la Tierra) y no hay ríos ni charcas siquiera (aunque parece probado que ha habido agua allí, pero en un pasado muy remoto y por un lapso geológicamente corto). En los años 60 se postuló el origen artificial de los canales marcianos, el astrónomo ruso Chklovski propuso la teoría del posible carácter artificial de los satélites de Marte (Fobos y Deimos) y algunos intentaron relacionar la abundancia de compuestos hidrogenados en la atmósfera marciana con gases desprendidos de descomposiciones orgánicas; es decir, se especuló con formas de vida cavernícolas. Pese a que han defraudado mucho los resultados obtenidos, los astrónomos han desplegado una actividad extraordinaria en busca de pruebas de vida en este planeta y algunos se preguntan dónde termina el afán de abrir nuevos campos de investigación y empiezan los intereses económicos (véase Marte: agua y negocio).

Una teoría a la baja. En la década de 1960 se aceptaba como muy probable la vida extraterrestre en el sistema solar. Se llegó a afirmar que la vida podría existir en forma rudimentaria —y también el agua— bajo la superficie terrosa de la Luna —sí, la Luna—. Las naves interplanetarias confirman el carácter inhóspito no sólo de nuestro satélite, sino también de los otros astros explorados del sistema solar. Así, en cuanto a la vida, la mayor sorpresa sería algún organismo fosilizado.

Ante la falta de resultados, el supuesto en que se apoya la teoría de vida extraterrestre se funda en el axioma de que existen miles de millones de estrellas en miles de millones de galaxias, de significación puramente estadística, y con el remate de hipotéticos universos en número centenario o milenario o incluso millonario, que nadie sabe exactamente qué son ni dónde están, por mucho que se apele a prodigiosos agujeros negros elevados a la dignidad de criadores de universos.


La hipótesis de vida extraterrestre se ha establecido solamente sobre una base de probabilidades y muchos confunden vida, inteligencia y civilización. Esa combinación permite dar libre curso a la imaginación, especialmente entre los aficionados a los «ovnis». 
En fin, queda por explicar por qué la vida se mueve en la dirección opuesta de la entropía (Segundo Principio de la Termodinámica); es decir, procede desde el desorden hacia el orden, con estructuras de cada vez más complejas. Muchos científicos restan importancia a esta paradoja, acaso porque aquí puede aparecer un mundo abierto a Dios, el acto creador y planificador, que hace de la vida inteligente un fenómeno exclusivo de nuestro planeta.