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La condición primera para que
la vida pueda prosperar es el agua, y un planeta sólo la puede
retener de dos maneras: congelada o presionada por una atmósfera. En
el sistema solar, ocho astros solamente tienen una atmósfera
apreciable, pero con una temperatura tan elevada (Venus) o tan baja
(Júpiter, Saturno y su satélite Titán, Urano, Neptuno y su
satélite Tritón) que vaporizaría o congelaría los líquidos de
hipotéticos tejidos animales. Y ninguna de ellas tiene una
composición química compatible con la célula viviente.
Entre los astros de hielo, más
numerosos, se cree que dos solamente tienen un océano subterraneo de agua en estado líquido: Europa y Encélado, en ambos casos como
resultado de un calentamiento interno debido a las deformaciones que
provoca en el globo de estos satélites la poderosa atracción de sus
planetas y satélites vecinos (Ío y Ganimedes en el primero y Dione,
en el segundo).
Estos hipotéticos océanos se
caracterizarían por tener temperatura baja, aguas tranquilas y, por
supuesto, ausencia de luz. Los más optimistas imaginan formas
animales bénticas, fijas o capaces de desplazarse, por necesidad
carnívoros o consumidores de detritus. Otros, como Carolyn Porco, de
la misión Cassini, proponen la existencia de microbios
termófilos, como los que viven en manantiales volcánicos y en las
chimeneas termales de los fondos oceánicos terrestres, obteniendo la
energía de reducir azufre a sulfuro de hidrógeno. La propuesta se
ha recibido con escepticismo y una mayoría considera como
remotamente probable la existencia de formas de vida en estos astros
y —si es que realmente las hay y se encuentran— de un género muy
singular y simple, bastante distinta a la de la Tierra.
Otros candidatos, todavía más inverosímiles, son dos satélites de Júpiter (Calisto y Ganimedes) y uno de Saturno (Titán), globos rocosos aparentemente envueltos por una espesa corteza de hielo cuya temperatura es de —180 ºC. A los de Júpiter se les supone, sin convencer, un océano de agua líquida de varios kilómetros de profundidad, y Titán, el mayor satélite del sistema solar, tiene nubes de metano que precipitan en la superficie (lluvia) formando grandes lagos de etano con metano y disueltos en nitrógeno.
Otros candidatos, todavía más inverosímiles, son dos satélites de Júpiter (Calisto y Ganimedes) y uno de Saturno (Titán), globos rocosos aparentemente envueltos por una espesa corteza de hielo cuya temperatura es de —180 ºC. A los de Júpiter se les supone, sin convencer, un océano de agua líquida de varios kilómetros de profundidad, y Titán, el mayor satélite del sistema solar, tiene nubes de metano que precipitan en la superficie (lluvia) formando grandes lagos de etano con metano y disueltos en nitrógeno.
El modelo biológico de
Calisto y Ganimedes —según algunos proponen— son las formas de
vida encontradas en situaciones extremas en el fondo de los océanos
terrestres, cerca de fuentes hidrotérmicas; y el de Titán, los
llamados microorganismos extremófilos, seres unicelulares que
pueden vivir con parámetros físicos extremos (excesivo calor o
frío, ambientes hiperácidos o hiperalcalinos, hiperbáricos).
En cualquier caso, parece
descartada la presencia de organismos en estos satélites: la baja
temperatura en ellos, sin duda, inhibe la formación de compuestos
orgánicos complejos, circunstancia desfavorable a la existencia de
cualquier forma de vida. No obstante, Titán presenta mucho interés
porque su composición actual es semejante a la que se supone tuvo la
atmósfera terrestre en la era que precedió a la aparición de la
vida.
En
fin, varios son los planetas transplutónicos nuevamente descubiertos
(Quaouar en 2002, Sedna en 2003, Orcus en 2004, Eris en 2005), pero
puede darse por seguro que no existe vida en torno de estos lejanos
astros del sistema solar (véase Planetas gigantes transplutónicos).
¿Y Marte? Este planeta es la gran decepción. Pesa menos de lo que se creía, carece prácticamente de campo magnético, su atmósfera es muy tenue (presión sobre la superficie inferior a 7 mm frente a 760 mm en la de la Tierra) y no hay ríos ni charcas siquiera (aunque parece probado que ha habido agua allí, pero en un pasado muy remoto y por un lapso geológicamente corto). En los años 60 se postuló el origen artificial de los canales marcianos, el astrónomo ruso Chklovski propuso la teoría del posible carácter artificial de los satélites de Marte (Fobos y Deimos) y algunos intentaron relacionar la abundancia de compuestos hidrogenados en la atmósfera marciana con gases desprendidos de descomposiciones orgánicas; es decir, se especuló con formas de vida cavernícolas. Pese a que han defraudado mucho los resultados obtenidos, los astrónomos han desplegado una actividad extraordinaria en busca de pruebas de vida en este planeta y algunos se preguntan dónde termina el afán de abrir nuevos campos de investigación y empiezan los intereses económicos (véase Marte: agua y negocio).
¿Y Marte? Este planeta es la gran decepción. Pesa menos de lo que se creía, carece prácticamente de campo magnético, su atmósfera es muy tenue (presión sobre la superficie inferior a 7 mm frente a 760 mm en la de la Tierra) y no hay ríos ni charcas siquiera (aunque parece probado que ha habido agua allí, pero en un pasado muy remoto y por un lapso geológicamente corto). En los años 60 se postuló el origen artificial de los canales marcianos, el astrónomo ruso Chklovski propuso la teoría del posible carácter artificial de los satélites de Marte (Fobos y Deimos) y algunos intentaron relacionar la abundancia de compuestos hidrogenados en la atmósfera marciana con gases desprendidos de descomposiciones orgánicas; es decir, se especuló con formas de vida cavernícolas. Pese a que han defraudado mucho los resultados obtenidos, los astrónomos han desplegado una actividad extraordinaria en busca de pruebas de vida en este planeta y algunos se preguntan dónde termina el afán de abrir nuevos campos de investigación y empiezan los intereses económicos (véase Marte: agua y negocio).
Una teoría a la baja. En
la década de 1960 se aceptaba como muy probable la vida
extraterrestre en el sistema solar. Se llegó a afirmar que la vida
podría existir en forma rudimentaria —y también el agua— bajo
la superficie terrosa de la Luna —sí, la Luna—. Las naves
interplanetarias confirman el carácter inhóspito no sólo de
nuestro satélite, sino también de los otros astros explorados del
sistema solar. Así, en cuanto a la vida, la mayor sorpresa sería
algún organismo fosilizado.
Ante la falta de resultados, el
supuesto en que se apoya la teoría de vida extraterrestre se funda
en el axioma de que existen miles de millones de estrellas en miles
de millones de galaxias, de significación puramente estadística, y
con el remate de hipotéticos universos en número centenario o
milenario o incluso millonario, que nadie sabe exactamente qué son
ni dónde están, por mucho que se apele a prodigiosos agujeros
negros elevados a la dignidad de criadores de universos.
En fin, queda por explicar por
qué la vida se mueve en la dirección opuesta de la entropía
(Segundo Principio de la Termodinámica); es decir, procede desde el
desorden hacia el orden, con estructuras de cada vez más complejas.
Muchos científicos restan importancia a esta paradoja, acaso porque
aquí puede aparecer un mundo abierto a Dios, el acto creador y
planificador, que hace de la vida inteligente un fenómeno exclusivo
de nuestro planeta.