Diego Crespo
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El clima de la Tierra está sometido a variaciones cíclicas cuyas causas no son plenamente conocidas. Por supuesto, tienen un origen natural (terrestre o extraterrestre), pero ahora se habla de un cambio climático a causa de la acción del hombre. Los datos que se manejan sobre la variación del clima no son completos ni definitivos y las acciones que llevemos a cabo para corregir algunas fluctuaciones del clima pueden tener consecuencias fatales en el futuro, incertidumbre y riesgo que no parece preocupar a los que creen en la interferencia humana en el sistema climático.
En los últimos años, las conclusiones del cambio climático se centran en un calentamiento global. Según el informe de 2001 del Intergovernmental Panel on Climatic Change (IPCC), organismo auspiciado por Naciones Unidas y la agrupación científica Organización Meteorológica Mundial, la temperatura media global en la superficie de la Tierra ha subido cosa de 0'4 °C durante el siglo XX, aumento medio que presenta sus picos en los lapsos 1910-45 y 1976-2000, siendo la década de 1990 la más cálida del siglo y 1998 el año con la temperatura más alta desde que se tienen registros instrumentales.
Como consecuencia del aumento de temperatura, parte de los glaciares ha desaparecido, el nivel del mar ha subido unos 15 cm en el siglo XX, en los continentes septentrionales las precipitaciones han aumentado casi un 1 % por década durante el siglo pasado y en el subtrópico han caído un 0'3 %.
Los gases con efecto invernadero permiten que la Tierra sea habitable (sin efecto invernadero, la temperatura media en la superficie del planeta sería de unos 20 ºC bajo cero). Por el contrario, la presencia en la atmósfera de partículas procedentes de erupciones volcánicas o de la contaminación impide la llegada de la radiación solar y provoca el enfriamiento de la superficie terrestre. Dejando aparte el vapor de agua, el campeón entre los gases con efecto invernadero es el anhídrido carbónico y su concentración en la atmósfera ha aumentado, según el informe del IPCC, en un 30 % desde 1750 (ha pasado de 280 a 360 partes por millón, la más alta en los últimos 420 000 años).
Según los expertos del IPCC, los factores que tienen su origen en la actividad del hombre (quema de combustibles fósiles y la tala de bosques) han influido en el calentamiento global detectado en el siglo XX más que los factores naturales. Las simulaciones del clima futuro a partir de concentraciones de gases con efecto invernadero y de partículas microscópicas en la atmósfera, indican que la influencia humana continuará modificando el clima durante el siglo XXI: seguirán aumentando la temperatura media global (entre 1'4 y 5'8 ºC) y, por la pérdida de hielo de los glaciares y de los polos, el nivel del mar (entre 0'09 y 0'88 m). Ahora bien, esta prospectiva catastrófica es el resultado obtenido con modelos informáticos no muy exactos y algunos científicos niegan el cambio climático o, cuando menos, «interferencias antropogénicas peligrosas en el sistema climático».
La controversia. En el asunto del calentamiento global aparecen discrepancias y los contestarios contraponen más pruebas que razones. En relación a la concentración de los gases con efecto invernadero, dícese que la más alta en 400 000 años, algunos estudiosos opinan que se ha alcanzado otra concentración igual hace 20 millones de años, cuando el hombre no habitaba la Tierra siquiera en su forma más primitiva (homínido); las fluctuaciones en la actividad solar y la actividad volcánica, especialmente intensa entre 1960 y 1991, han influido en el calentamiento global más que los factores que tienen su origen en la actividad del hombre; y los resultados de las simulaciones informáticas del clima futuro son modelos no muy exactos en sus previsiones.
En efecto, los resultados obtenidos con los modelos informáticos, por muy potentes y rápidos que sean los ordenadores, no han conseguido reproducir el clima del pasado —del que hay datos precisos— con la precisión suficiente, indicio de combinaciones misteriosas o variables desconocidas en las interacciones que median entre océano, atmósfera y biosfera. Así, en las simulaciones informáticas sobre el clima futuro prevalece demasiada incertidumbre para demostrar su validez.
Intereses económicos. En la solución de un problema de alcance global y de larga duración, como es el caso del supuesto cambio climático, intervienen las relaciones entre países, y las mismas responden a principios categóricos de poder; es decir, las decisiones que se toman tienen en cuenta los intereses de grupo antes que el desarrollo sostenible y la equidad entre individuos. En la cumbre de Kyoto (1997) se acordó paliar el calentamiento global reduciendo las emisiones de gases con efecto invernadero, especialmente de anhídrido carbónico, y con toma de decisiones en lugares que no parecen afectados por los cambios en el clima, caso del hemisferio sur. Es decir, deberán respetarse las concentraciones máximas de gases de efecto invernadero a nivel planetario, independientemente del lugar de emisión de gases, lo que plantea dudas razonables en el ámbito económico.
En las reuniones internacionales sobre el cambio climático se ha intentado asignar a cada país una cuota de reducción de emisión de gases en la que se ve amenazado un desarrollo económico sostenible de los países atrasados (y la producción de alimentos según algunos). En la práctica no se consiguieron acuerdo completos, pero se estableció uno para reconocer al IPCC como árbitro científico del estado del clima. Los monopolios técnicos se relacionan estrechamente con los económicos y en esta cumbre de París se quiere aprobar, en base a los informes de la citada IPCC, una «bolsa verde» por valor de más de 100 000 millones de euros...
Conferencias internacionales, ¿para qué? Los protocolos firmados, como el de Kyoto, suponen un texto legal que obliga a los países firmantes a unos determinados compromisos, pero estos acuerdos fácilmente se deshacen: el presidente George W. Bush declaró que su administración no cumpliría los compromisos adquiridos con la firma del protocolo de Kyoto, política continuada, de alguna forma, por el presidente Obama, que tanto decepcionó en la cumbre de Copenhague (2009). Parece evidente, pues, que las decisiones para paliar el cambio climático serán el resultado de un consenso entre los dos colosos económicos mundiales, Unión Europea y Estados Unidos, secundados, si se quiere, por China; es decir, los responsables de la mayor parte de la emisión de gases con efecto invernadero.
Campo magnético e inclinación del eje planetario. Muchos entre los científicos ajenos a ese monopolio de expertos que representa la IPCC, creen que el actual cambio climático es de origen natural, acaso irreversible, pues nuestro planeta y su estrella, a escala humana, son unos «cincuentones», entrados ya en la segunda y última mitad de su existencia. Y en el ámbito de la vida compleja, se puede hablar de cierta «vejez». En efecto, en unos 1 000 millones de años la Tierra será inhabitable, fuera de formas de vida microscópicas muy simples, sin atmósfera ni agua líquida. La razón para ello está en el enfriamiento del núcleo terrestre, indispensable para el campo magnético asociado que preserva la atmósfera y esta, a su vez, la existencia de agua líquida en la superficie. En algunos estudios existen evidencias que apuntan a que nuestro campo magnético se debilita, aunque en un umbral bajo el cual no hay efectos observables y en el que, de momento, no se puede hablar de un proceso lineal ni homogéneo. Por otro lado, importancia capital reviste la inclinación del eje de la Tierra, que oscila en unos 41 000 años entre 22'1 y 24'5º, siendo el último el que induce climas más extremados (su inclinación axial actual es de 23'5º).
No se discute la estrechísima relación campo magnético-atmósfera ni inclinación eje planetario-clima, pero los proponentes de un cambio climático de origen humano pasan de largo sobre ellas por un motivo que fácilmente se explica: el hombre no puede actuar sobre estos fenómenos ni, por ello, pedir dinero para corregirlos.