Renitor
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El
concierto de la cantante de música ligera Marta Sánchez (n. 1966) en el Teatro
de la Zarzuela de Madrid (17 febrero), que era en principio escaparate y
testigo de sus tres décadas de carrera artística, se cerró con una canción que
fue motivo de sorpresa y de admiración: el himno nacional de España, en una
interpretación emotiva y vibrante. El asunto, que en cualquier país carece del rango
para causar sensación, quedó magnificado en España por dos razones.
En
primer lugar, los himnos nacionales constituyen una importante fuerza
integradora, formados como están por el lenguaje nacional y su expresión
musical característica. Pero el himno de España, Marcha Granadera, concertada
por Manuel Espinosa en 1769, es el único sin ese «lenguaje nacional», esto es,
sin letra. Y de ahí la novedad que magnifica la trascendencia de la canción de
Marta Sánchez. No es la primera vez que autores, compositores y cantantes
españoles se enfrentan de manera seria a la tarea de poner letra al himno
nacional, pero nadie con el éxito y una canción realmente digna como la de
Marta. En efecto, una sacudida general de enormes repercusiones en las «redes
sociales» la provocó la aparición del llamado himno de Marta que, dándole
letra en un trabajo profesionalmente serio, excitó una corriente general de
simpatía en todas las esferas y ayudó a
hacer de la autora una especie de heroína nacional.
En
segundo lugar, los españoles somos tan críticos con nuestro país que muchos consideran
el himno nacional sinónimo de nacionalismo exaltado y algunos guardan una
actitud de menosprecio hacia todo lo que representa la propia nación, actitud
que lleva consigo un sentimiento de minusvalía, sentimiento que parece
inexplicable en el caso del Estado-nación más antiguo de Europa, primer y más
extenso imperio ultramarino, que en la propagación a otros continentes de la
civilización europea ha ejercido una influencia decisiva en la historia del
mundo. Ha tiempo que España dejó de ser el principal centro de poder e
influencia a escala mundial, pero es uno de los «Cuatro Grandes» de la Unión
Europea y, por poner
algunos ejemplos, el segundo del mundo en vías férreas de alta velocidad (detrás
de China), el tercero en autopistas-autovías (detrás de Estados Unidos y
China), tiene una de las tres mejores sanidades públicas del mundo y la
expectativa de vida más alta (82 años) detrás de Japón, Islandia y Suiza (83).
Por supuesto, hay cosas que no funcionan como
deberían, como en cualquiera otra gran nación, pero la conjugación de
valoraciones históricas y presentes colocan España a la cola de los candidatos
a sentimientos de inferioridad. ¿Cuál es el origen, pues, de la actitud de
menosprecio de algunos españoles hacia su país? Para unos, la catástrofe del
siglo XIX (desintegración de la España ultramarina y guerras civiles en la
metrópoli) dio lugar al desarrollo de unos sentimientos de inseguridad, sobre
todo en algunas regiones donde se emplea la jactancia (Cataluña) o la conducta
agresiva (Vascongadas) y otras formas de conducta irracional para compensar esos sentimientos de inferioridad. Para otros, la mayoría de los
españoles ignoran por completo la historia y el estado de desarrollo en que se
encuentra la nación.
Dos
personajes históricos apuntan un problema innato antes que adquirido. El
estadista alemán Otto Leopold, Príncipe de Bismarck (1815-98) y llamado el
«Canciller de Hierro», dijo: «La nación más fuerte del mundo es, sin duda,
España; siempre ha intentado autodestruirse y nunca lo ha conseguido. El día
que deje de intentarlo, volverá a ser la vanguardia del mundo». Por su parte, el máximo filólogo español de los
tiempos modernos, Ramón Menéndez Pidal (1895-1968), sintetizó así el problema:
«No es una de las Semiespañas enfrentadas la que habrá de prevalecer poniendo
un epitafio a la otra; será la España total, ansiada por tantos». ¿Por qué no
empezar por poner letra a nuestro himno? Lo dicho: gracias, Marta.
«Vuelvo a casa, en mi amada tierra, la que vio nacer mi corazón aquí. Hoy te canto para decirte cuánto orgullo hay en mí, por eso resistí. Crece mi amor cada vez que me voy, pero no olvides que sin ti no sé vivir. Rojo, amarillo, colores que brillan en mi corazón y no pido perdón. Grande España, a Dios le doy las gracias por nacer aquí, honrarte hasta el fin. Como tu hija llevaré ese honor, llenar cada rincón con tus rayos de sol. Y si algún día no puedo volver, guárdame un sitio para descansar al fin.»
Anexo: letra candidata al himno de España, llamada «himno de Marta»
«Vuelvo a casa, en mi amada tierra, la que vio nacer mi corazón aquí. Hoy te canto para decirte cuánto orgullo hay en mí, por eso resistí. Crece mi amor cada vez que me voy, pero no olvides que sin ti no sé vivir. Rojo, amarillo, colores que brillan en mi corazón y no pido perdón. Grande España, a Dios le doy las gracias por nacer aquí, honrarte hasta el fin. Como tu hija llevaré ese honor, llenar cada rincón con tus rayos de sol. Y si algún día no puedo volver, guárdame un sitio para descansar al fin.»