25 de febrero de 2018

Falsa bandera del Ejército español en Irak

Ferrer Dalmau
El 4 de abril de 2004 tuvo lugar un hecho inesperado: centenares de insurgentes islámicos, apoyados por fuego de mortero y cohetería, atacaron la base española en Nayaf (Irak), en esta ocasión con una intensidad desacostumbrada. Hoy está fundamentada la idea de que la chispa que prendió el ataque fue la captura de un líder chiíta por tropas especiales norteamericanas disfrazadas de españolas.

El 16 de marzo de 2003 Estados Unidos, Reino Unido y España enviaron un ultimátum con declaración de guerra condicional a Irak (Conferencia de las Azores), el día 20 comenzaron las hostilidades y Bagdad cayó el 9 de abril. Unos 1 300 soldados españoles fueron desplegados en Nayaf y Diwaniya, con cuartel general en esta última (véase «España en las guerras de Kuwait e Irak»).

A más del militar, la guerra de Irak tenía otro frente para los españoles: la apertura de la campaña electoral para las elecciones de 2004 forzó una prudencia extrema para evitar pérdidas humanas en Irak, a las que la opinión española era muy sensible, especialmente después de que siete agentes del servicio secreto español (CNI) fueron asesinados en Bagdad por pistoleros emboscados (29 noviembre 2003).

Los insurgentes iraquíes eran secundados por innumerables «tribunales islámicos» que proliferaron por todo el país. Uno de estos actuaba en la mezquita de Alí (Nayaf) y en febrero de 2004 se acordó un plan para capturar a su cabecilla, Mustafá al Yacubi, un lugarteniente del clérigo chiíta Muqdata al Sadr. Se había esperado que la acción hubiese recaído en la Policía iraquí para evitar el agravio que supone el asalto de «infieles» a un santuario musulmán, pero los policías indígenas eran política y religiosamente sospechosos y el general estadounidense Ricardo Sánchez encargó esta operación a su colega español Fulgencio Coll, jefe de la Brigada «Plus Ultra». Sin embargo, el general Coll puso el plan a consideración del Ministerio de Defensa y el mismo prohibió toda implicación española ante el riesgo de bajas, decisión que indignó a los norteamericanos.

El 11 de marzo de 2004, un ataque terrorista en Madrid, de autoría no del todo clara, causó 192 muertos y más de 1 500 heridos. Las elecciones tuvieron lugar dos días después, en medio de un dramático clima político, y el Partido socialista, que las ganó en contra de los pronósticos, ordenó la inmediata repatriación de las tropas desplegadas en Irak.

CDC
Soldados españoles en la llamada batalla de Nayaf, Irak (4 abril 2004).
Ante la inminente retirada española, los norteamericanos organizaron con éxito un asalto para capturar a Al Yacubi, la madrugada del 3 de abril, pero en unas condiciones bastante sospechosas: los soldados implicados en esta acción, al parecer tropas especiales SEAL, vestían uniforme español y hablaban entre ellos esta lengua. Pocas horas después, los medios de comunicación estadounidenses anunciaron «una exitosa operación española para detener a Al Yacubi»...

Inevitablemente, los iraquíes culparon a los españoles y se desencadenó una intensa manifestación de protesta frente a la base española en Nayaf («Al Andalus») para exigir la entrega de Al Yacubi. Los españoles negaron haber tomado a éste como prisionero, pero todo en vano: la mañana del 4 de abril los insurgentes islámicos que habían llegado a Nayaf lanzaban un violento ataque contra la base «Al Andalus», a la que tuvieron sometida al fuego de sus cohetes y morteros, pero eran obligados a retirarse con graves pérdidas (300 bajas). Durante la lucha, vehículos acorazados hicieron alguna temeraria salida a los callejeros de la ciudad para rescatar a soldados rezagados o aislados por el ataque. La situación se hizo tan crítica que el Ejército estadounidense ayudó a los españoles con helicópteros tipo «Apache» y mercenarios «Blackwaters».

El Ministerio de Defensa y los medios de comunicación minimizaron o ignoraron el ataque, pero la subida de tensión que este significó deterioró la relación entre soldados españoles y estadounidenses y los primeros, al parecer, empezaron a maltratar a los prisioneros. Para los insurgentes islámicos los españoles siempre fueron culpables de la captura de Al Yacubi y antes de abandonar Irak sufrieron medio centenar de ataques, el último el día 20 de mayo, cuando un convoy cayó en una emboscada, al S de Diwaniya.


Tampoco contribuyó a tranquilizar los ánimos que los estadounidenses pusieran en libertad a Flayeh Mayali, contratista e intérprete de los españoles detenido y confinado en Abu Ghraib como sospecho de participar en la organización de la emboscada para asesinar a varios agentes del CNI, ya relatada más arriba.

Aunque no pudo probarse que los soldados que capturaron a Al Yacubi vestían uniformes españoles, y menos aún por orden de quién, lo cierto es que varios años después circularon insistentes rumores sobre ello, pero ni el Gobierno socialista ni el conservador que le siguió han mostrado interés en dilucidar la trama, acaso porque las operaciones encubiertas (en el vulgo «bandera falsa») son más habituales de lo que presume el gran público y, en cualquier caso, no hubo bajas mortales entre los soldados españoles.