Norman Wilkinson |
En 1940 Japón acordó con Alemania e Italia apoyo mutuo en caso de la entrada en guerra de Estados Unidos, pero en abril de 1941 concluyó un pacto de neutralidad con Rusia y no prestó la más ínfima ayuda a la invasión alemana de este país. Pese a los temores crecientes, la flota estadounidense del pacífico pasó de San Diego (California) a Pearl Harbor (mayo 1940).
Guerra latente. Preocupado por los objetivos japoneses de dominio en Asia, Estados Unidos embargó la gasolina y otros productos vitales (julio 1941), decisión que contribuyó a que Japón se decidiera a atacar mientras sus posibilidades eran mejores para obtener de Estados Unidos una paz ventajosa, que no era otra que la aceptación de la supremacía japonesa en Oriente.
Japón completó sus preparativos finales para la formación de la fuerza de operaciones que golpearía a Pearl Harbor: seis portaaviones con unos 420 aviones, dos acorazados, dos cruceros pesados y uno ligero, nueve destructores, ocho petroleros o de transporte y 28 submarinos (incluidos cinco enanos). Esta gran escuadra, reunida en la bahía desértica de Hitokappu (islas Kuriles), zarpó para Hawai el 26 de noviembre.
Las señales. El 4 de diciembre, una estación de radio del organismo australiano para servicios de espionaje (SIO), en Melbourne, captó un mensaje japonés sospechoso al que los operarios no supieron o quisieron dar importancia. El día 5, el espionaje estadounidense descifró una transmisión de Tokio que informaba a su embajada en Washington del rompimiento de relaciones con este país; es decir, la guerra. El presidente Roosevelt trató el asunto al día siguiente con el secretario de la Marina, Frank Knox, pero no se pasó la información a los jefes militares en Pearl Harbor: el almirante Husband Edward Kimmel (1882-1968), comandante en jefe de la Flota del Pacífico, y el teniente general Walter Campbell Short (1880-1949).
El ataque. Las tropas en Hawai no fueron puestas en defensa y el ataque aéreo japonés (7 diciembre)
causó unas 2 400 muertes y casi 1 200 heridos, destruyó 188 aviones y dos acorazados (Arizona y Oklahoma) y otros tres quedaron fuera de combate (California, West Virginia y Nevada). Los portaaviones no fueron habidos: el Enterprise y el Lexington transportaban aviones a las islas de Wake y Midway, respectivamente, y el Saratoga estaba en San Diego (California).
El fracaso. El ataque de Japón desarticuló momentáneamente la Armada estadounidense, pero sacrificó definitivamente la sorpresa a la destrucción de los barcos y aviones enemigos, ya que los bombardeos no habían destruido, además de los portaaviones, los astilleros, las reservas de combustible y los submarinos.
Opinión pública: las tornas se vuelven. En diciembre de 1941 la mayoría de los estadounidenses (cosa del 70 u 80%) se negaban a prevenirse contra una guerra en el extranjero. El ataque a Pearl Harbor acabó con las vacilaciones y la opinión pública apoyó unánimemente la declaración de guerra a Japón. A un tiempo, sin embargo, en Estados Unidos se suscitó un movimiento para aclarar responsabilidades en la desastrosa defensa de esta base aeronaval, que contaba los medios necesarios, con los oportunos plazos de alarma, para enfrentar el ataque.
Opinión pública: las tornas se vuelven. En diciembre de 1941 la mayoría de los estadounidenses (cosa del 70 u 80%) se negaban a prevenirse contra una guerra en el extranjero. El ataque a Pearl Harbor acabó con las vacilaciones y la opinión pública apoyó unánimemente la declaración de guerra a Japón. A un tiempo, sin embargo, en Estados Unidos se suscitó un movimiento para aclarar responsabilidades en la desastrosa defensa de esta base aeronaval, que contaba los medios necesarios, con los oportunos plazos de alarma, para enfrentar el ataque.
Investigación. El ataque conmocionó profundamente a la opinión pública y la Armada buscó eludir responsabilidades. El instructor de la comisión investigadora, el juez Owen Roberts (18 diciembre), hizo blanco de las críticas a Kimmel y Short, que fueron condenados a degradación militar y dejaron la Armada, pero otros no estaban de acuerdo con la culpabilidad de los mismos y en 1944 se descubrió, sin hacerse público, que el general George Marshall y el
almirante Harold Stark habían ocultado información sobre un inminente ataque japonés y que trataron en sus declaraciones de perjudicar a los acusados. Siguieron otras siete comisiones
investigadoras, con los mismos resultados que la primera, pero varios jefes militares temieron ver en las «pruebas irregulares» y «juicios subjetivos» la señal de un «complot de silencio» en las más altas instancias del poder.
Sin perdón. En los años 90 las familias de Kimmel y Short pidieron la revisión de las sentencias y en mayo de 1999 el Senado restableció a aquéllos en los derechos de la inocencia, pero el presidente William Clinton no rubricó esta resolución, aunque sí lo hizo en el caso del desafortunado capitán Charles McVay, protagonista de otro obscuro episodio de la Armada (véase El Indianapolis).
Falso telón de fondo. Nada tiene de extraño que las revelaciones de fallos escandalosos hayan provocado una polémica tanto en Estados Unidos como en Europa. Algunos historiadores han llegado incluso a sugerir que tanto ruido hecho en torno a la hipótesis de la conspiración sería un falso telón de fondo para disfrazar la pésima preparación y dirección de las Fuerzas Armadas estadounidenses en 1941, con una marina de primer orden, pero un ejército mal preparado y peor pertrechado, que no aparecía ni entre los diez más importantes del mundo.
Sin perdón. En los años 90 las familias de Kimmel y Short pidieron la revisión de las sentencias y en mayo de 1999 el Senado restableció a aquéllos en los derechos de la inocencia, pero el presidente William Clinton no rubricó esta resolución, aunque sí lo hizo en el caso del desafortunado capitán Charles McVay, protagonista de otro obscuro episodio de la Armada (véase El Indianapolis).
Falso telón de fondo. Nada tiene de extraño que las revelaciones de fallos escandalosos hayan provocado una polémica tanto en Estados Unidos como en Europa. Algunos historiadores han llegado incluso a sugerir que tanto ruido hecho en torno a la hipótesis de la conspiración sería un falso telón de fondo para disfrazar la pésima preparación y dirección de las Fuerzas Armadas estadounidenses en 1941, con una marina de primer orden, pero un ejército mal preparado y peor pertrechado, que no aparecía ni entre los diez más importantes del mundo.
Conclusión. La causa de la sorpresa y el relativo éxito del ataque japonés hay que buscarla en una sucesión de órdenes encontradas de las jefaturas militares y políticas de Washington, que los altos mandos en Hawái cumplieron en su particular apreciación de las circunstancias, y errores en la vigilancia y las comunicaciones. Esto no nos impide discutir sobre la conspiración.