NASA
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Desde
la década de 1970 constituyen una preocupación de primer orden y
desde la de 1990 su vigilancia se ha intensificado, especialmente los
del grupo Amor (Ícaro, Toro, Dédalo...), que penetran en el
interior de la órbita terrestre, y Apolo (Eros, Alinda,
Lick...), que se acercan mucho a la Tierra, con el agravante de que
la atracción de nuestros planetas vecinos (Venus y Marte) modifica
constantemente sus órbitas.
Por ahora están catalogados más
de un millar de asteroides que rozan la Tierra o EGA (Earth
Grazing Asteroids), muchos evadidos del cinturón situado entre las
órbitas de Marte y de Júpiter, pero más lejos, a una distancia de
unos 9 billones de kilómetros, se halla la Nube de Oort, con una
concentración millonaria de potenciales proyectiles cósmicos que
miden entre una y varias decenas de kilómetros (uno de ellos, el
cometa Shoemaker-Levy, salió de su órbita en la dirección del Sol
y en 1984 se precipitó sobre Júpiter).
Existen algunos sistemas de
detección automática y algunos creen en una providencial andanada
de cohetes con explosivos atómicos para conjurar la amenaza, pero la
realidad no invita al optimismo. En efecto, muchos astrónomos
coinciden en que el gran destructor, el asteroide que acabará
con la vida inteligente en la Tierra, o al menos la civilización,
será un peñasco de unos 10 km, negro como el carbón y aparición
casi súbita. Un ejemplo cercano es el asteroide BA de 1991, de 9 km,
descubierto pocas horas antes de que pasara a unos 160 000 km de la
Tierra (la Luna gira a una distancia media de unos 384 000 km).
La aptitud mortífera de un
asteroide depende de su tamaño, densidad, ángulo de colisión
con la superficie terrestre, número de astrículos (algunos
asteroides tienen una diminuta luna) y velocidad (de entre 50 000 y
140 000 km/h, según sea una colisión «frontal» o «por alcance»).
La energía desprendida por el
impacto de un meteorito de sólo 10 m, que pesa de 2 000 a 4 000 t,
según sea su composición, y a la velocidad de 70 000 km/h, sería
equivalente a la explosión de una bomba atómica de 500 kT; y en uno
de 1 km y 2 500 millones de toneladas, a la de millares de bombas
atómicas detonadas al unísono. Los meteoritos suelen caer en los
océanos o en regiones desérticas, que cubren más del 80% de la
superficie terrestre frente a un 4% de las regiones muy pobladas,
pero uno de sólo 50 m, como el que cayó en 1908 en la región de
Tunguska (Siberia), constituiría un cataclismo al agitar
violentamente las aguas del mar, con olas de 100 m que arrasarían
extensas fajas costeras.
Dejando aparte la aptitud mortífera directa del asteroide, el efecto inmediato de un bombardeo cósmico sería el oscurecimiento de la atmósfera por una nube de polvo en suspensión, provocando la interrupción de la fotosíntesis en las plantas y la ruptura subsiguiente de las cadenas tróficas, continentales y oceánicas, con cambios climáticos drásticos (descenso rápido y brutal de las temperaturas del planeta y un contraste estacional más marcado). Estos cambios en sí mismos parecen insuficientes para provocar la desaparición de la vida, pero el hombre, tan debilitado por la tecnología, no tiene posibilidades en la competición biológica con otros mamíferos.
Dejando aparte la aptitud mortífera directa del asteroide, el efecto inmediato de un bombardeo cósmico sería el oscurecimiento de la atmósfera por una nube de polvo en suspensión, provocando la interrupción de la fotosíntesis en las plantas y la ruptura subsiguiente de las cadenas tróficas, continentales y oceánicas, con cambios climáticos drásticos (descenso rápido y brutal de las temperaturas del planeta y un contraste estacional más marcado). Estos cambios en sí mismos parecen insuficientes para provocar la desaparición de la vida, pero el hombre, tan debilitado por la tecnología, no tiene posibilidades en la competición biológica con otros mamíferos.
Defensas
«anti-asteroide». En 1996 tuvo lugar en Cheliabinsk (Rusia) una
conferencia internacional en la que se postuló el explosivo atómico
para evitar la colisión de asteroides con la Tierra, en este caso
desviándoles fuera del ámbito terrestre. Sin embargo, se piensa que
la solución nuclear sólo es eficaz contra astrículos de menos de 1
km y, como poco, seis meses antes de que llegara a la Tierra. Estados
Unidos y Rusia tienen inventariados unos 900 misiles balísticos
intercontinentales (ICBM), de dos o tres fases, algunos con cabeza de
combate múltiple, pero ajustar el tiro con los oportunos cálculos
requiere su tiempo y muy pocos modelos pueden alcanzar la «velocidad
de escape» necesaria para un golpe preciso y rápido en el espacio
profundo. Por supuesto, la ilusoria acción combinada de todo el
arsenal nuclear mundial (en 2013 unas 22 000 cargas, reservas
incluidas) sería inútil frente a un asteroide como Alinda, de sólo 5 km y tan denso que su masa se cifra en unos 300
000 millones de toneladas.