Gobierno de Ucrania
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Las hostilidades dieron comienzo en la cuenca carbonífera del Donets o Donbass (marzo 2014), por parte de grupos armados locales que reclamaban la separación de Ucrania —y, de hecho, la integración en Rusia—. Aunque oficialmente esta última nunca se involucró con su ejército, en la práctica su apenas disimulada ayuda posibilitó la resistencia de los rebeldes e, incluso, que desde su territorio se abriera y mantuviese un corredor que comunicara directamente con la propia Rusia.
La conferencia de Minsk. Los días 11 y 12 de febrero se celebró una conferencia en Minsk (Bielorrusia) para tratar un alto el fuego en Ucrania. A ella asistieron la canciller Merkel de Alemania y los presidentes Holland de Francia, Putin de Rusia y Poroshenko de Ucrania, que convinieron los planes para la suspensión de las acciones militares. La discusión se prolongó durante 17 horas, con propuestas y contrapropuestas difícilmente aceptables por la parte contraria (Moscú no reconoce la soberanía e integridad de Ucrania que exige la Unión Europea), pero las conversaciones condujeron finalmente a un acuerdo de 14 puntos. Las grandes líneas de la negociación son: alto el fuego (primera medianoche del día 15), control de la aplicación del mismo y vigilancia de fronteras. Sin embargo, las violaciones del alto el fuego comenzaron casi desde el primer día, achacando siempre cada adversario la iniciativa a la parte contraria.
Un
alto el fuego que nadie respeta. Los dos primeros meses de 2015
contemplaron el empuje rebelde que rechazó al Ejército ucraniano y
cerró los accesos a la ciudad de Debáltsevo hasta dejarla
virtualmente cercada. El 18 de febrero cayó en manos de los rebeldes
la citada ciudad, tanto tiempo asediada, con los 2 500 hombres que la
guarnecían, a los que Kiev no pudo abastecerles desde el aire por la
abundante cohetería antiaérea en la zona y la mala situación de su
aviación (ha perdido más de un tercio de las aeronaves en
condiciones de uso).
Casi al mismo tiempo que presionaban sobre Debáltsevo, los progresos rebeldes en la ribera del Mar de Azov (20 febrero) amenazaron con intensidad creciente la joven ciudad portuaria de Mariupol (fue fundada en 1880 por emigrantes griegos de Crimea) y sometían la población a bombardeos artilleros terroristas. Aunque los rebeldes obtuvieron algunas ganancias territoriales en los extremos norte y oeste del frente, las defensas principales del Ejército ucraniano resistieron y el avance quedó contenido, sin cubrir sus objetivos; es decir, Mariupol y las fronteras regionales de Lugansk y Donetsk.
Durante las últimas semanas algunos analistas habían hablado del próximo agotamiento de los rebeldes a consecuencia de sus sucesivas ofensivas, pero la entrega de material ha excedido con creces a las posibilidades de los arsenales rebeldes (prueba del apoyo ruso) y en abril observadores de la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) constataron la existencia de violentos combates en la dirección de Mariupol.
¿Moscú reordena sus prioridades? Rusia se ha vuelto hacia la amenaza creada en Siria, donde la posición del presidente Bashar Assad, estrecho aliado, no ha dejado de deteriorarse en estos últimos meses. Para prevenirse contra una intervención de alcance en este país, Moscú ha suspendido la serie de maniobras militares en la dirección de los Países bálticos, impone a los rebeldes ucranianos una observancia del acuerdo provisional de alto el fuego y va aumento el número de sus soldados en la ciudad siria de Latakia.
Un presidente sin libertad de acción. Desde que fue elegido para la presidencia de Ucrania, la selección de prioridades para Poroshenko es la pacificación y restitución de la soberanía en los territorios orientales. Sin embargo, la lucha ha de hacerse con medios limitados y partiendo casi siempre del aprovechamiento y reparación de lo deteriorado, más que de la recepción de nuevas armas. Así, desde el inicio de la guerra civil, la apurada situación del Ejército ucraniano trajo consigo una petición de ayuda directa a la OTAN (véase Ucrania: la nueva Checoslovaquia), pero el conflicto de voluntades (Washington es partidario de entregar material bélico y Bruselas se opone) perjudicaron a la estrategia de Kiev y someten al presidente Poroshenko a las decisiones de Bruselas.
Nadie asume responsabilidades. Se dice que los hechos tienen varias y contradictorias interpretaciones, según el criterio con que son juzgados, pero en el caso de la Guerra Civil ucraniana no hay más interpretación que la injerencia europea y estadounidense, por separado e intereses poco claros, y la violación rusa de la soberanía de Ucrania (anexión de Crimea y apoyo a los rebeldes).
El temor a una guerra internacional. Las sanciones aplicadas a Moscú por la invasión de Ucrania, agravadas por la contracción del precio del petróleo, han puesto la economía rusa en recesión y hacen a este país más propenso a una desesperada aventura militar para disfrazar sus problemas domésticos. Moscú juega con la ventaja de que los europeos no quieren prevenirse contra una guerra en su territorio: por un lado, han sufrido las dos conflagraciones internacionales más mortíferas de la historia; por el otro, en las generaciones más veteranas todavía pesa demasiado la asfixiante atmósfera que presidió la «guerra fría».