Kremlin
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Los
efectos directos de este ataque en Occidente fueron importantes, ya
que la intervención rusa alentó a Bruselas a tomar la decisión tan
aplazada —y tan propuesta por el ministro de Asuntos Exteriores
español García Margallo— de «una solución común para un
problema común» en Siria. Esta
lentitud, dictada por una excesiva cautela y la dispersión de
intereses, mantuvo a las fuerzas OTAN a distancia, en tanto que
Rusia preparaba las suyas para una ofensiva y abastecía al Ejército
sirio de equipo técnico, así como de expertos militares.
La
impresión reinante en el campo occidental de que Rusia ha logrado una victoria política coincide con la falta de dirección
firme en la Unión Europea. En Bruselas no se cuestionaba que la
tarea fundamental era pacificar Siria, pero en la reunión de los
ministros de Asuntos Exteriores de la Unión Europea (12 octubre) fue
ostensible la dispersión de intereses: los ministros Frank-Walter
Steinmeier (Alemania) y García-Margallo (España) advertían que
hasta tanto no se alcanzaran resultados concretos sería preciso
mantener una «postura de entendimiento» con el presidente sirio
Assad, idea a la que se oponen sus colegas Laurent Fabius (Francia) y Philip
Hammond (Reino Unido). Al tiempo, Federica Mogherni, la «niña
moderada de los halcones», opinó que la intervención rusa en Siria
«cambia por completo el tablero del juego y contiene algunos
elementos muy peligrosos», repetición de aquella otra anterior del
secretario de Estado norteamericano John Kerry.
En el
escenario sirio, la Unión Europea vacila, Estados Unidos reconoce
sus malos resultados y Putin —otra vez— impone la política de
los hechos consumados, ahora con una «victoria» en Siria que
complica la estrategia de Washington al eliminar otra pieza en su
tablero, ya sea en la supuesta «política de cerco» a Rusia o el
problema del petróleo. Y es que conviene recordar que la baja del
crudo en los mercados mundiales es propiciada por Arabia Saudita,
unas veces para hundir a los competidores menos resistentes, otras
para controlar las producciones europeas que no se atienen a su
política de precios y algunas para plantear graves problemas
económicos que puedan repercutir en ciertos países, especialmente
Rusia, enemigo jurado de Arabia Saudita y este, a su vez, del
presidente sirio Bashar Assad.