Pete Souza
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En la ascendencia puramente «patriarcal», son 22 los presidentes norteamericanos unidos por lazos familiares; y si se incluye la ascendencia «matriarcal», entran la totalidad de ellos, excepción de M. Van Buren (1837-41). Esta unión por lazos personales más o menos íntimos, enteramente normal en las monarquías europeas, resulta sorprendente en el gobierno de una sociedad democrática. Y es que no se trata de unas parentelas inmediatas, de padre a hijo, como los presidentes John y Quincy Adams o George y Walter Bush, sino de una estirpe común a todos ellos en la persona del rey Juan de Inglaterra (1166-1216), popularmente Juan sin Tierra (John Lackland), monarca de malas inclinaciones.
Este cuadro descriptivo de los parentescos en los presidentes estadounidenses aparece en 2010, obra de Bridge Anne d'Avignon, a la sazón una niña (10 años), pero dotada de una mente rigurosamente lógica. Su trabajo, de cierta repercusión mediática, no interesó a la Casa Blanca, ya en ella el presidente Obama, personaje, por cierto, con un árbol genealógico complicado y nacimiento sospechoso (véase «Barack Obama: ¿presidente ilegítimo?»). El método empleado en su investigación para el estudio de este linaje ha permitido descubrir algunas relaciones curiosas, como la del primer ministro británico W. Churchill y los presidentes estadounidenses F. Roosevelt, G. Bush, G. Ford y R. Nixon, descendientes de los hermanos John, Henry y Arthur Howland (siglo XVII), apellido que sólo en la línea de Roosevelt permanece hasta fecha relativamente reciente (se pierde con su bisabuela Susan Howland al desposar con John Aspinwall).
La genealogía constituye una ciencia auxiliar de la historia y este linaje, que parece sobrepasar lo real, resulta más preocupante porque la casi totalidad entre los presidentes han dado su nombre a sociedades secretas, estrechamente relacionadas, que se distinguen por un misticismo de tipo especulativo y, en algunos casos, por una perversidad o maldad satánica.
Juan sin Tierra, cuarto hijo de Enrique II y Leonor de Aquitania, nació probablemente en Oxford (24 diciembre 1166). Como fuera el varón más pequeño, difícilmente podía heredar grandes territorios y su padre le motejó «Juan sin Tierra». En 1189 formó con Felipe Augusto de Francia una coalición contra su padre y al morir éste heredó la corona Ricardo I «Corazón de León», hermano mayor que Juan. Ausente Ricardo en Tierra Santa (III Cruzada), pretendió su corona y se convirtió en rey de Inglaterra a la muerte de aquél (1199). Tras el fallecimiento de su inteligente madre, Leonor, en 1204, oprimió a todo el mundo. En 1205 empezó una disputa contra el papado a cuenta de la elección del arzobispo de Canterbury, fue excomulgado por el pontífice Inocencio III (1212) y finalmente hubo de ceder, pero los barones y el clero se hallaban ahora dispuestos a resistir a su tiranía. Tras perder sus territorios que tenía en Francia (Normandía, Maine, Anjou, Tuena y Poitou), derrotado en una desastrosa guerra europea por Felipe Augusto de Francia (1214), los barones se unieron para obligarle a aceptar una especie de Constitución, la Carta Magna (15 junio 1215), documento del que data la organización del sistema parlamentario británico. Pero como no tuviera intención alguna de mantener sus promesas, pronto estalló la guerra civil. En el decurso de la contienda murió repentinamente en Newark (Nottinghamshire), la segunda noche del 18 de octubre de 1216, y fue enterrado en la catedral de Worcester. Su hijo Enrique III reinó después de él.
Casó dos veces: en 1189 con Isabel de Gloucester, no teniendo hijos, y en 1200 con Isabel de Angulema, de sólo 9 años, que dióle cinco hijos: Enrique, Ricardo, Juana, Isabel y Leonor, aunque Juana, reina consorte de Escocia, murió sin descendencia. No sólo amó los libros, sino el vino, los deleites carnales y el adulterio (como poco 13 hijos bastardos). La crítica moderna ha tratado de rehabilitarle, sin gran fortuna.