Gary Kelley |
Así, entre los programas en política exterior de Rodham y Trump no hay más diferencias que apariencias: ella se presenta con el aspecto de moderador; él lleva los términos a un nivel de fascismo. No se sabe cual de éstos es el candidato de los «círculos invisibles» que dirigen la vía constitucional electoral, y con ello la dirección del país (seguramente ambos para no ofrecer alternativas a los estadounidenses), pero el que sea elegido presidente asumirá una misma opción: la hegemonía universal estadounidense, sostenida por un fuerte ejército que recibe cuanto armamento precisa, y la defensa de los especiales privilegios de esos «círculos invisibles», oligarquías ya establecidas que son las que gobiernan política y económicamente.
Si un fallo en el funcionamiento de los sistemas aparentemente democráticos que salvan la fachada lleva al poder a una persona no grata, caso de John F. Kennedy, queda el viejo recurso del pistolero solitario (el candidato es Trump) o del accidente vascular (la candidata es Hillary), de ahí la importancia de los vicepresidentes.
Por
sus frutos les conoceréis. En
torno a las figuras de Trump, de temperamento satírico, casi en el género vodevilesco, y de Rodham, una irónica-cínica, se teje
una campaña donde lo real e irreal se entremezclan sin límites.
Exponen unos programas presidenciales opuestos, pero una vez
investidos con la suprema magistratura del Estado asumirán las mismas
opciones que sus predecesores: liberal en economía, agresivo en
política exterior y antieuropeo, con la industria de armamentos de
guerra como columna de la economía nacional y profundas
desigualdades internas. El presidente James Carter, por ejemplo, cuya
gestión se caracterizó por «la defensa de la paz», aumentó en un
3% por año el presupuesto de defensa mientras en su campaña
electoral había prometido reducirlo; y el presidente Obama, galardonado
con el Nobel de la paz (2009), abusó del espionaje, promovió una
guerra antiterrorista sin garantías legales y es, por hoy, un
campeón en la expulsión de emigrantes, con 2'7 millones de
mejicanos en 2008 (véase El Legado de Obama y La amenaza delos drones).
Indistintamente de los presidentes, las conversaciones sobre limitación de armamentos han tropezado —y tropezarán— continuamente con obstáculos considerados «técnicos» (en realidad, la presión de los grupos militares y de industria de guerra para evitar la reducción de sus actividades); y en la protección médica pública en Estados Unidos (típica tercermundista) no ha habido —ni habrá— avances substanciales con el mismo pretexto que el anterior (en este caso, la presión de las aseguradoras médicas).
El escepticismo popular ante una clase política que margina la decisión democrática en favor de oscuros intereses de grupo está justificada, sobre todo tras los asesinatos de John Kennedy y su hermano Robert: al primero le substituyó Lyndon Johnson, que dirigió la escalada norteamericana en Vietnam y el intervencionismo en América Latina; y al segundo, en la candidatura demócrata, Hubert Humphrey, vicepresidente de Johnson y con un programa tan conservador y duro como el de su oponente republicano en las elecciones presidenciales de 1968...
Déjà-vu. El duelo electoral Rodham-Trump se quiere presentar como un enfrentamiento entre adversarios y partidarios, respectivamente, de la corriente nacionalista y del proteccionismo económico, proponiendo estos últimos el fin de las aventuras internacionales. Una repetición, pues, de la campaña electoral de 1979, en la que se presentaban el demócrata James Carter y el republicano Ronald Reagan; elegido éste, pronto olvidó sus promesas electorales con una economía liberal, un descomunal aumento del gasto bélico y la dureza de su política exterior (ayuda a la contra nicaragüense, suministro de armas a Irán, invasión de Granada...).
En fin, Hillary Rodham y Donald Trump, «tanto monta, monta tanto», porque la ética vive separada de la política y los políticos están casados con las oligarquías.
Déjà-vu. El duelo electoral Rodham-Trump se quiere presentar como un enfrentamiento entre adversarios y partidarios, respectivamente, de la corriente nacionalista y del proteccionismo económico, proponiendo estos últimos el fin de las aventuras internacionales. Una repetición, pues, de la campaña electoral de 1979, en la que se presentaban el demócrata James Carter y el republicano Ronald Reagan; elegido éste, pronto olvidó sus promesas electorales con una economía liberal, un descomunal aumento del gasto bélico y la dureza de su política exterior (ayuda a la contra nicaragüense, suministro de armas a Irán, invasión de Granada...).
En fin, Hillary Rodham y Donald Trump, «tanto monta, monta tanto», porque la ética vive separada de la política y los políticos están casados con las oligarquías.