26 de julio de 2016

Trump y Hillary, ¿campaña o comedia?

Gary Kelley
A partir de los asesinatos de los hermanos Kennedy (John en 1963 y Robert en 1968), o acaso antes, los programas presidenciales, sean cuales sean los candidatos, asumen las mismas opciones tanto en política nacional como internacional. En las elecciones de 2016 se presentan dos opciones: Hillary Rodham (demócrata) y Donald Trump (republicano), pero ambos son partidarios del esfuerzo imperial de Estados Unidos y la servidumbre europea.

Así, entre los programas en política exterior de Rodham y Trump no hay más diferencias que apariencias: ella se presenta con el aspecto de moderador; él lleva los términos a un nivel de fascismo. No se sabe cual de éstos es el candidato de los «círculos invisibles» que dirigen la vía constitucional electoral, y con ello la dirección del país (seguramente ambos para no ofrecer alternativas a los estadounidenses), pero el que sea elegido presidente asumirá una misma opción: la hegemonía universal estadounidense, sostenida por un fuerte ejército que recibe cuanto armamento precisa, y la defensa de los especiales privilegios de esos «círculos invisibles», oligarquías ya establecidas que son las que gobiernan política y económicamente.

Si un fallo en el funcionamiento de los sistemas aparentemente democráticos que salvan la fachada lleva al poder a una persona no grata, caso de John F. Kennedy, queda el viejo recurso del pistolero solitario (el candidato es Trump) o del accidente vascular (la candidata es Hillary), de ahí la importancia de los vicepresidentes.

US Department of State
El periodismo está creando movimientos de opinión y deformación de conciencias a favor de Hillary, pero la opinión se inclina hacia ella más como prueba de desconfianza hacia Donald Trump que por su propia credibilidad. Sin un oponente como Trump, Hillary no sería elegida nunca presidente; y viceversa.
Por sus frutos les conoceréis. En torno a las figuras de Trump, de temperamento satírico, casi en el género vodevilesco, y de Rodham, una irónica-cínica, se teje una campaña donde lo real e irreal se entremezclan sin límites. Exponen unos programas presidenciales opuestos, pero una vez investidos con la suprema magistratura del Estado asumirán las mismas opciones que sus predecesores: liberal en economía, agresivo en política exterior y antieuropeo, con la industria de armamentos de guerra como columna de la economía nacional y profundas desigualdades internas. El presidente James Carter, por ejemplo, cuya gestión se caracterizó por «la defensa de la paz», aumentó en un 3% por año el presupuesto de defensa mientras en su campaña electoral había prometido reducirlo; y el presidente Obama, galardonado con el Nobel de la paz (2009), abusó del espionaje, promovió una guerra antiterrorista sin garantías legales y es, por hoy, un campeón en la expulsión de emigrantes, con 2'7 millones de mejicanos en 2008 (véase El Legado de Obama y La amenaza delos drones).

Indistintamente de los presidentes, las conversaciones sobre limitación de armamentos han tropezado —y tropezarán— continuamente con obstáculos considerados «técnicos» (en realidad, la presión de los grupos militares y de industria de guerra para evitar la reducción de sus actividades); y en la protección médica pública en Estados Unidos (típica tercermundista) no ha habido —ni habrá— avances substanciales con el mismo pretexto que el anterior (en este caso, la presión de las aseguradoras médicas).

Renitor
Los admiradores del candidato republicano Donald Trump le describen como un político «anti-sistema». Nunca ha habido ni habrá un partido «anti-sistema» porque cuando un individuo o movimiento contestario se organiza en coligación política pasa a integrarse en el «sistema».
El escepticismo popular ante una clase política que margina la decisión democrática en favor de oscuros intereses de grupo está justificada, sobre todo tras los asesinatos de John Kennedy y su hermano Robert: al primero le substituyó Lyndon Johnson, que dirigió la escalada norteamericana en Vietnam y el intervencionismo en América Latina; y al segundo, en la candidatura demócrata, Hubert Humphrey, vicepresidente de Johnson y con un programa tan conservador y duro como el de su oponente republicano en las elecciones presidenciales de 1968...

Déjà-vu. El duelo electoral Rodham-Trump se quiere presentar como un enfrentamiento entre adversarios y partidarios, respectivamente, de la corriente nacionalista y del proteccionismo económico, proponiendo estos últimos el fin de las aventuras internacionales. Una repetición, pues, de la campaña electoral de 1979, en la que se presentaban el demócrata James Carter y el republicano Ronald Reagan; elegido éste, pronto olvidó sus promesas electorales con una economía liberal, un descomunal aumento del gasto bélico y la dureza de su política exterior (ayuda a la contra nicaragüense, suministro de armas a Irán, invasión de Granada...).

En fin, Hillary Rodham y Donald Trump, «tanto monta, monta tanto», porque la ética vive separada de la política y los políticos están casados con las oligarquías.