6 de febrero de 2018

Trump, ¿el nuevo Richard Nixon?

Renitor
En 1972, agentes del Partido Republicano colocaron micrófonos en el cuartel general del Partido Demócrata, en el edificio del Hotel «Watergate», para descubrir los planes electorales del candidato demócrata McGovern en beneficio del candidato republicano Richard Nixon, que resultó reelegido en las elecciones presidenciales de ese año. Este grave delito podría haberse repetido en 2016, ahora con un espionaje ruso en favor de Donald Trump.

Cuando el delito afecta a la soberanía del Estado recibe la denominación de «alta traición» y tal podría ser el caso de Trump, sospechoso de convivencia con Rusia en las elecciones presidenciales de 2016. Esta convivencia, supuesto de quedar probada, debe ser, naturalmente, sancionada, pues es un delito contra la seguridad exterior e interior del Estado.

Elegido presidente en 2016, el primer año de su etapa presidencial está marcado por la progresiva paralización de la Casa Blanca debido al supuesto escándalo Rusiagate de espionaje. En efecto, su mandato gira, con una aceleración progresiva, en torno a su complicidad o inocencia en este escándalo. Se acumulan los datos adversos; las contradicciones y mentiras evidentes en sus sucesivas declaraciones y acusaciones, la inteligencia de sus colaboradores más íntimos con Moscú y las conclusiones del FBI a propósito de que el espionaje electrónico ruso facilitó la victoria electoral de Trump, con el común denominador de favorecer a éste y perjudicar a Hillary Clinton. Algunos ya hacen apuestas sobre el comienzo del procedimiento de impeachment para su destitución por el Congreso. Pese a la caída continuada de su crédito personal y político, la sospecha de traición en unos porcentajes que no dejan de crecer y la imagen de «pandilleros» que la presidencia de Estados Unidos está ofreciendo al mundo, Trump se niega a abandonar el cargo y anuncia nuevos procedimientos más enérgicos, subrayando el corto proceso de pérdida de prestigio del ejecutivo.

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El director del FBI, James Comey, durante su comparecencia ante el comité de inteligencia de la Cámara de Representantes (20 marzo 2017), en la que reconoció indicios de un espionaje ruso en favor de Donald Trump.
Huida hacia adelante. Trump aceptó finalmente que algunos de sus colaboradores (Jared Kushner, Jeff Sessions, Carter Page, Paul Manafort, Michael Cohen, Roger Stone) se habían reunido con personalidades en las proximidades del presidente Putin durante la campaña, pero que todo había sido realizado sin su conocimiento previo o respondían a inocentes encuentros informales. Se desprendió de algunos de ellos (el general Michael Flynn) y continuó proclamando su inocencia. Pero para desviar la atención, hizo dos acusaciones graves: el 5 de marzo de 2017 declaró que podía afirmar categóricamente que Obama ordenó espiar sus comunicaciones durante la campaña electoral, anuncio que estuvo marcado por la falta de pruebas; y el 2 de febrero de 2018, pese a las objeciones del nuevo director del FBI, Christopher Wray, publicó un documento secreto que se centra en el Rusiagate como conjunto de mentiras del FBI y un ejercicio degenerado de la Justicia, también marcado por la falta de pruebas concluyentes, pero que pone el país al borde de una crisis institucional de imprevisibles consecuencias.

«Impeachment». El Congreso ha de decidir que existen suficientes pruebas contra Trump como para ser sometido al procedimiento normal de la justicia; y el procedimiento a seguir para levantar la inmunidad presidencial es el impeachment previsto por la Constitución. Parece difícil que el comité judicial del Congreso, con mayoría republicana en dosificación proporcional a la de la formación del Senado y la Cámara de Representantes, decida recomendar al Congreso que vote el impeachment de Trump sobre las acusaciones de irregularidades electorales y una serie de movimientos diplomáticos semisecretos, pero han ido surgiendo republicanos que exigen explicaciones, lo cual indica ya una división seria dentro del propio partido del presidente.

De la comedia a la tragedia. Cuando se comprenda el alcance y dimensiones del escándalo Rusiagate, que sólo se diferencia en matices del Watergate, pero con el agravante de «alta traición», es seguro que Trump seguirá defendiendo su inocencia y anunciando la decisión de no dimitir, con lo que cabe esperar un desenlace dramático a toda una larga lista de supuestos escándalos e irregularidades que han hecho descender el prestigio de la presidencia de la nación a sus límites más bajos desde la administración Nixon (1969-74).