19 de septiembre de 2014

El referéndum de Escocia

Gobierno de Escocia (Reino Unido)
Sabido es que los enemigos de la Unión Europea buscan acabar con la misma dividiendo a sus países miembros, con los llamados «Cinco Grandes» como objetivo principal: Alemania, España, Francia, Italia y Reino Unido. El movimiento más espectacular —y fácil— era Escocia, país que en 1707 se unió a Inglaterra para formar Reino Unido, pero los «unionistas» se han impuesto en 28 de las 32 regiones electorales escocesas, incluida la capital (Edimburgo).

La continuación de Escocia en el Reino Unido fue aprobada en referéndum el 18 de septiembre de 2014 por el 55'5% (2 001 926 votos) sobre una participación del 84'6%. Los partidarios de la independencia, con el 44'5% (1 617 989 votos) ganaron sólo en 4 de las 32 regiones electorales: Glasgow, Dundee, North Lanarkshire y West Durbartonshire. Inmediatamente del referéndum, el primer ministro británico David Cameron declaró: «Este resultado cierra el debate de la independencia para una generación, y quizá para siempre».

Los nacionalismos fueron responsables últimos de la II Guerra Mundial, que arruinó a Europa, y a principios del siglo XXI vuelven a la carga instigados por personajes y entidades económicamente muy sospechosas. Lo cierto es que por mucho que se invoque al territorio y las tradiciones comunes, los movimientos independentistas (Reino Unido) o secesionistas (España, Italia) responden a motivaciones económicas en favor de unas élites («divide et impera»), habitualmente corruptas, como parece ser el caso español (Cataluña) e italiano (Véneto), dos de los esfuerzos separatistas europeos más exóticos o quijotescos.

Dejando a un lado las cansinas motivaciones de territorio, lengua característica y tradiciones varias, es decir, las mismas esgrimidas por los revoltosos que llegaron la guerra a Europa en 1939, existe una fundamental en el caso escocés: el petróleo del Mar del Norte. Las fuerzas partidarias de la independencia hicieron promesas idílicas, más fantásticas que prácticas, pero las advertencias de la Unión Europea y la OTAN (expulsión «ipso facto» de una Escocia independiente) y de las grandes entidades financieras (dejación del territorio) han prevalecido.

La voluntad de la Unión Europea es la de querer vivir unida, formando un ente político, motivación ante la cual palidecen todas las demás. Así, la inquietud fundamental de Bruselas era que tras una victoria del independentismo escocés se podía iniciar el despertar de las masas ante la idea nacionalista, favoreciendo, sin duda, la destrucción de la Unión Europea y la OTAN, de consecuencias tan desastrosas para sus miembros como felices para Rusia, China y otros países. Y es que unas minorías no pueden o quieren entender que en la actualidad la nación ya no puede servir de pedestal sobre el que se asiente el estado, razón por la cual los entes políticos actuales más importantes son supranacionales: Estados Unidos y Unión Europea, que a más han creado y fomentado un organismo militar que comprende ambos (OTAN).

España es la primera nación europea (Inglaterra y Francia aparecieron dos siglos después, en el XVII) y uno de los siete países de la Unión Europea con derecho a veto. El presidente español, Mariano Rajoy, anunció el veto de su país al ingreso de una Escocia independiente en la Unión Europea. Al mismo tiempo, su colega francés, Hollande, enemigo del separatismo y otros extremismos, declaró que «algunos quieren hacerse más pequeños para parecer más fuertes».

Por supuesto, el próximo golpe contra la unidad europea, bien que muy degradado tras el fracaso de los independentistas escoceses, caerá sobre España o Italia (Alemania es presa difícil y Francia casi imposible). Sin embrago, en España no se puede aplicar la autodeterminación a las regiones que la forman por cuanto esta decisión compete al conjunto de la nación y no a minorías revoltosas o gobiernos regionales. Así, los nacionalismos españoles (catalanes, gallegos, vascos, canarios...) son delictivos en muchos casos (desobediencia civil, prevaricato) y a menudo con ribetes totalitarios (véase «Cataluña: la sombra del fascismo»).