Renitor |
La preocupación de Hawking y otras personalidades de nuestro tiempo no es un ejercicio de sensacionalismo. La implantación de la IA es un progreso técnico que se opone a la libertad humana, cierra el paso no sólo a los trabajadores sin cualificación sino también a una mayoría de técnicos y proporciona unas armas que, de no ser utilizadas rectamente, pueden constituir un instrumento de dominio de unos hombres sobre otros.
¿Qué es la «inteligencia artificial»? Desde que el científico estadounidense John McCarthy acuñó en 1956 el término «inteligencia artificial» en una conferencia en el Dormouth College, aparecen tantas definiciones de la misma como científicos y la literatura la interpreta como «la ciencia de las máquinas que piensan». Para no embrollarnos en delimitaciones técnicas ni significados distintos, se puede definir la IA como la etapa más avanzada de la automación, la substitución paulatina del trabajo humano por el trabajo de las máquinas, pero con el cambio cualitativo que suponen los enormes almacenamientos de datos informativos, masa informe ordenada por mentalidades artificiales basadas en una técnica de software a la que se denomina «ingeniería del conocimiento», la simulación avanzada de procesos de aprendizaje, pilar de la capacidad cognitiva. Esta simulación grosera del funcionamiento de la mente humana es la razón de que se utilice la locución «inteligencia artificial».
El primer indicio de una máquina «inteligente», cuando se consiga, es su capacidad para dar solución, por deducción o aprendizaje, a un problema fuera de su dominio de competencia. Por hoy, no existe más IA que ordenadores electrónicos capaces de llegar a soluciones no predeterminadas mediante una secuencia de operaciones predeterminadas (búsqueda empírica). Ahora bien, pueden llegar a distinguirse por una característica de racionalidad muy cercana a la mente humana, por supuesto aparente, pero con los mismos resultados prácticos.
Regresión y desaparición humanas. Las máquinas adiestradas y programadas para que funcionen por sí mismas, con su descomunal capacidad de procesamiento de datos que permite habilidades completamente diferenciadas, van englobando todas las actividades humanas, desde las económicas hasta la ciencia pura, aplicaciones automatizadas más cerebrales que físicas. Al asumir prácticamente todas las funciones sociales, la IA plantea el desuso de grandes masas humanas que las hace entrar en regresión y desaparecer.
Esta amenaza ya es evidente por hoy: según estudios solventes publicados en 2018, el mercado de trabajo experimentará en 2020-25 la pérdida de 50 millones de empleos debido al paro que se plantea con la IA, que no creará ni un millón, convirtiendo a millones de jóvenes trabajadores en busca de empleo, incluso con preparación universitaria, en candidatos al subempleo y a la esclavitud en múltiples formas.
Esta amenaza ya es evidente por hoy: según estudios solventes publicados en 2018, el mercado de trabajo experimentará en 2020-25 la pérdida de 50 millones de empleos debido al paro que se plantea con la IA, que no creará ni un millón, convirtiendo a millones de jóvenes trabajadores en busca de empleo, incluso con preparación universitaria, en candidatos al subempleo y a la esclavitud en múltiples formas.
Control social. De las casi infinitas posibilidades que podríamos enumerar para enjuiciar la amenaza de la IA en el terreno del control social, resulta particularmente aterradora la de una mentalidad artificial que, a través de internet, tiene el conocimiento de los movimientos de cada ciudadano, de su estado físico, moral, sanitario, de sus caracteres psicológicos, un dominio absoluto, pues, sobre la vida particular, social e intelectual. Esta posibilidad ya no es ciencia-ficción y se hace evidente asimismo la preocupación en la aparición de una determinada IA con características favorables para las elites, preocupación también visible en la eventual clonación de seres humanos.
Máquinas liberadas. Como situación más ruidosa y sensacionalista de la IA, tenemos la máquina liberada, lo que podemos llamar el autómata inteligente. La adaptación de esta técnica a los autómatas, separadamente o en grupos guiados por una mentalidad artificial, plantearía perspectivas sombrías, como la de androides capaces de reproducirse entre ellos mismos y el citado desuso de grandes masas humanas, tanto más grave cuanto que la IA en su concepto final es una IA «consciente», que sólo puede prosperar con técnicas incompatibles con lo humano.
INTELIGENCIA ARTIFICIAL «CONSCIENTE»: ¿UNA NUEVA «ESPECIE»?
La inteligencia artificial es —y será— inconsciente porque no se puede crear un «espíritu» mecánico como fuente de la inteligencia y la personalidad. Sin embargo, algunos científicos creen que se puede crear una máquina «consciente», una IA dura, así llamada para distinguirla de la inconsciente o blanda, con la facultad de «conocer», de «entender», de ajustar su «pensamiento», cuyo nivel «cognitivo» compita con la mentalidad del ser humano.
Pero esta técnica debe estar fundamentada en las ventajas que ofrece la materia animal e incluso humana, con lo que se nos hace evidente la tentación de embarcarse en manipulaciones y ensayos de tipo rechazable, no sólo de índole ética sino también jurídica, y aunque se dice que hay límites que en investigación no deben sobrepasarse, existen referencias históricas de que no sucede así en el mundo real (véase Control de masas y la manipulación del cerebro).
¿Una nueva «especie»? Resulta difícil señalar en qué punto terminan los seres inorgánicos y en qué punto aparecen los seres vivos, pero la IA formada por la combinación con la clonación animal añadiría un capítulo terrible a El origen de las especies de Charles Darwin, con resonancias catastróficas no sólo en los campos de sociología, economía y política, sino también de biología (genoma de carácter informático y cibernético). Además, la evolución de esta nueva «especie» no hallaría su razón en la selección natural o supervivencia de los mejor adaptados o de los más afortunados, sino que tendría en su origen una participación irresponsable del hombre.
¿Podemos estar tranquilos? La IA «consciente» tiene una serie de inconvenientes: ¿tendría instintos primarios, que son los heredados y fijados por la selección natural?, ¿estaría controlada por el instinto y la razón o sólo por la última?, ¿sería egoísta como todas las criaturas vivientes?, ¿sucumbiría al anhelo hegemónico inherente a toda forma de vida?, ¿consideraría al hombre como simple animal racional?, ¿encontraría al hombre menos eficaz y menos laborioso que las máquinas por ella creadas, decidiendo así su eliminación?
Este presunto grado de peligrosidad de una IA «consciente» hará que las oligarquías económicas, verdaderas administradoras de la tecnología, no se decidan a adoptarla. Sin embargo, se considera probable que una IA de ese tipo, como también la clonación humana en serie, permite unas características predeterminadas que pueden dar a estas oligarquías la sensación de que se encuentran a salvo de los peligros engendrados por el desarrollo de una nueva «especie».
El aspecto sombrío subyacente en la IA, «consciente» o no, es el mismo que aparece en la ingeniería genética o biotecnología: producir por curiosidad científica o por finalidades inhumanas monstruosidades aberrantes. Muchos científicos, por completo independientes de toda organización, han advertido que la IA puede tener consecuencias terroríficas, como es una esclavización sin esperanzas de liberación e, incluso, la desaparición misma del hombre.