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Durante la «guerra fría» las iniciativas para contener la carrera de armamentos se han limitado a la «contención del rearme» y siempre en función de las necesidades políticas de las dos grandes potencias nucleares. La falsía de los tratados para la limitación de armamento nuclear se prueba con estos datos: 22 000 armas en 1960, 38 500 en 1970, 54 800 en 1980, 60 000 en 1990. En 2018 la política del equilibrio del terror ha llegado a un punto muerto, con unas 20 000 armas.
El pacto de desarme general de mayor amplitud fue el Protocolo de Ginebra (1924), documento redactado por la caduca Sociedad de Naciones, el cual proscribía toda medida que recurriera a la guerra y obligaba a reducir los armamentos. Pero Estados Unidos, Rusia, Alemania y, más tarde, Reino Unido rechazaron el Protocolo y «tiraron por el camino que les conduciría a la II Guerra Mundial». El resto es historia: la primera bomba atómica hizo explosión en 1945 y desde entonces las conversaciones de desarme quedan acotadas a este tipo de armas.
En la guerra fría, las conferencias de desarme no solucionaron el problema de la proliferación de las armas atómicas (el «club nuclear» pasó de dos miembros en 1950 a siete en 1980) ni la temida militarización del espacio (sistemas FOBS o de bombardeo orbital fraccionado). El primero de los tratados de limitación de armas estratégicas de cierta importancia se firmó en 1972, el SALT, al que siguieron SALT II (1979) y START (1982). Pese a estos acuerdos, el arsenal nuclear mundial tomó aumento y en 1989 alcanzó su cimera, con 69 500 armas. Una de las razones de este fracaso es la dificultad de controlar de modo efectivo el cumplimiento de los acuerdos, es decir, la tendencia de las potencias nucleares a obrar de mala fe.
Post-guerra fría. En 1989 se inició una reducción del orden de unas dos mil armas anuales, acrecentada a unas cuatro mil a partir de 1991, pero el límite de armas estratégicas autorizadas por los tratados ha sido rebasado con reservas falseadas y en 2001 el presidente George W. Bush puso en marcha un programa de «escudo antimisiles», que chocó con algunos de los acuerdos sobre desarme firmados anteriormente. La primera cumbre entre Bush y el presidente ruso Putin en ese mismo año no pudo más que constatar la radical divergencia al respecto y en 2002 Estados Unidos abandonó el tratado de redes ABM (proyectiles antibalísticos) de 1972. Este nuevo impulso armamentístico forzó a sentarse en torno a las mesas de negociación y en 2010 se firmó el tratado «New Start». Este acuerdo, como todos los firmados por anteriores administraciones, da al mundo la falsa sensación de seguridad porque fija las limitaciones de los arsenales nucleares, pero no condiciona su utilización.
¿Cuántas armas nucleares existen? Es prácticamente imposible conocer el armamento nuclear existente en la actualidad. La razón es el secretismo de sus propietarios y la ocultación o falsificación de la producción mundial de uranio, incluida España, en 1977 uno de los diez principales productores de este mineral, excluidos los países comunistas.
En 2013, probablemente el último año con informaciones estadísticas un tanto fiables, Estados Unidos disponía de unas 2 000 cabezas de guerra nucleares de empleo «estratégico» y 500 con fines «tácticos». Rusia reunía, respectivamente, 2 500 y 2 000. Ambos países, sin embargo, cuentan reservas milenarias, creyéndose que las mismas son de unas 6 000 cada uno. Esta reserva en general se trata de cargas nucleares disminuidas a 50 o 100 kilotones, que fácilmente se incorporan a cohetes simples (Fuerzas Nucleares del Teatro de Operaciones o FNT) y a los ALCM («Air-Launched Cruise missile», misil de crucero de lanzamiento aéreo), armas más pequeñas, fáciles de transportar y la dificultad de distinguir la versión estratégica (explosivo nuclear) de la táctica (alto explosivo).
Según algunos estudios, en 2018 existen unas 20 000 armas nucleares, el 10% de las mismas administradas por pequeñas fuerzas atómicas a las que el secretario de Defensa estadounidense MacNamara llamó «inútiles y peligrosas» (Reino Unido, Francia, China, Israel, India, Pakistán). Es la tercera parte de las armas que estaban inventariadas en 1990, mas no hay que engañarse: con esa cifra retrocedemos al «empate atómico» del año 1960 y son suficientes unas 3 000 cabezas medianas (170 kilotones) para devolver el hombre a sus estadios más primitivos. (Véase «Arsenales atómicos: evolución histórica».)