En España no se creó una comisión, permanente o extraordinaria, para
estudiar la aparición de objetos inidentificados. Llegado el caso, se nombra un
técnico (juez informador) cuya labor era la redacción de un informe para su
presentación al Ministerio del Aire o, desde 1977, al Ministerio de Defensa al
integrarse en el mismo los tres antiguos ministerios (Ejército de Tierra, del
Aire y de Marina o la Armada).
El Ejército del Aire estudió 122 casos (y
desechó más de 300) de apariciones de «objetos desconocidos» entre 1962 y 1995.
Un reducido número —media docena— carecía de toda posible explicación. La
desclasificación o filtración de documentos OTAN en la década de 1990, tras el
final de la «guerra fría», dieron con la explicación de estos fenómenos: las
«enigmáticas apariciones» observadas y fotografiadas en el cielo de Canarias en
1976, por ejemplo, coinciden por proximidad geográfica y dirección con el
lanzamiento submarino de misiles Poseidón.
Explicación
del fenómeno. Las causas de los
«avistamientos» son principalmente naturales o artificiales. La detección de
los «objetos» por radar se debería a un conjunto de partículas de hielo, un
frente lluvioso o dos masas de aire con diferencia notable en su contenido de
vapor de agua, que pueden devolver un eco de radio y, en combinación con otros
fenómenos, activar los alertadores de radar del avión militar. En los casos que
no puede determinarse la causa exacta, son debidos probablemente a cualquiera de
los fenómenos luminosos o eléctricos que se observan en la atmósfera y todavía
de origen no bien conocido, como alguna forma de «electroluminiscencia» (en
sentido figurado) o campos eléctricos de origen magnetosférico. Las causas
artificiales comprenden aerolitos, globos sonda, guerra electrónica o
aviones-espías, los últimos nada infrecuentes en España a finales de la década
de 1970. Por remate, a veces la responsabilidad recae en el testigo
supersticioso o que carece de elementos para enjuiciarlo (ilusión óptica,
autosugestión, etc.).
Persecuciones. Cabe citar
sólo tres casos con participación del MACOM (Mando Aéreo de Combate), esto es,
el despegue de la aviación de caza, registrados por Pegaso, nombre en clave del Centro de Operaciones de Combate (COC),
en la base aérea de Torrejón, todos en noviembre de 1979 y durante la noche. En
el primero de ellos (11 noviembre), «dos luces rojas» aparejadas evolucionaron
en torno a un avión Caravelle en ruta
Mallorca-Tenerife, que por temor a un encontronazo se desvió a Valencia. En el
segundo (17 noviembre), producido sobre Granada, un tráfico inidentificado se
acercó a la estación de radar de primera alarma situada en Motril. En el
tercero (28 noviembre), decenas de personas presenciaron la aparición de dos
«objetos luminosos» sobre Madrid (véase Casos ovni con salida de la aviación de caza).
Es más el ruido
que las nueces. Todos estos casos hallan su explicación más lograda en una o
varias de las causas citadas en el parágrafo Las causas de los «avistamientos». ¿Cómo se explica este secretismo
del Ejército del Aire? Se trata pura y simplemente de seguridad nacional, como
medida de prudencia en un clima bélico («guerra fría»). Sin embargo, los
«expedientes OVNI», españoles o no, carecen de importancia o son de escasa
significación para explicar un secretismo dilatado varias décadas, con lo que
se les vacía de sentido.
Algunos pilotos creen en las brujas. Aviadores, radaristas y controladores son gente muy instruida,
sobre todo los militares, pero vemos que algunos creen en lo sobrenatural o
misterioso, al extremo de la más irrazonada credulidad. Por ejemplo, como
consecuencia de la creencia de que el 13 puede acarrear infortunio, este número
se omitió en la Armada en la numeración de los aviones Harrier (1977), pasando de la matrícula 008-12 a 008-14 (más tarde
01-814). Y todavía vemos hoy, tanto entre los aviadores militares como civiles,
individuos que ponen un misterio donde no lo hay (véase Vuelo 502 de Aviaco y sus falsedades).
Experiencia particular. A finales de la década de 1990, el
autor de este artículo visitó a las afueras de Barcelona al director de una
revista de misterio, según la cual la causa de la desaparición de un avión
antisubmarino español en 1969 fue un «avistamiento» que acabó en tragedia
(véase Desaparición del Albatross AN1-7).
Al terminar la corta entrevista y percatado de que su ignorancia en aeronáutica
y asuntos militares le puso en ridículo, salió tras mío y dijo sonriendo: «Los
platillos volantes son un circo». Al decir esto, me vino a la memoria un dicho
del empresario circense norteamericano P. Barnum (1810-1891): «Cada minuto nace
un primo… Al pueblo le gusta ser embaucado».
Conclusión. Todos los casos de «platillos
volantes» tienen explicación exacta o probable y la documentación gráfica es
despreciable. Los libros que tratan del tema contienen una mescolanza de
supersticiones antiguas y de falsedades o seudohechos modernos que no tienen
nada de común con la interpretación científica. Esta superstición responde a
insanos razonamientos una vez admitida la inexistencia de pruebas, incluida la
creencia que le sirve de base: la existencia de seres inteligentes fuera de la
Tierra.