2 de agosto de 2025

Futuros portaviones españoles

Renitor
En junio de 2025 las agencias de noticias anunciaron que la Armada ha planteado a los astilleros de Navantia la construcción de un portaviones de escuadra de unas 40 000 t, con catapultas y capaz de transportar unos 30 aviones embarcados clásicos de despegue largo y una decena de helicópteros, esto es, un hangar bajo cubierta para guarecer 25 aeronaves, como poco. Tal planteamiento no afecta a los planes o proyectos de dos portaaeronaves polivalentes o LHA.

España puede proveer un portaviones de escuadra, pero hasta hoy no se hacían previsiones oficiales («prospectiva») para proporcionar a la Armada un buque de este tipo. Al contrario, la prospectiva incluye dos portaaeronaves polivalentes, de unas 30 000 t frente a las 27 000 del Juan Carlos I y uno de ellos al servicio de los aviones como misión principal. Hasta tanto no se disponga de información más amplia y segura sobre el asunto, lo demás son puras conjeturas. No obstante, se puede prever el aspecto de estos buques. Por una parte, el diseño del portaviones de escuadra no ha sufrido muchos cambios desde que se adoptó la innovación de la cubierta angulada (1954), y por otra los futuros portaaeronaves son versiones mejoradas de un modelo conocido.

El portaviones de «escuadra» no diferirá mucho posiblemente en su aspecto externo de un portaviones ordinario. A saber: una isla (superestructura donde están instalados el puente mando y otros) situada a la banda derecha en la cubierta de vuelo, dos montacargas a la misma banda, dos catapultas y los cables de retenida (tres generalmente) tendidos sobre la cubierta angular anteriormente citada, nombre con que se conoce la pista de banda que forma un ángulo de unos 10º con la línea central por su parte izquierda (véase la ilustración que encabeza este artículo).

El problema principal con que tropezarán sus proyectistas es la catapulta, un problema serio en las instalaciones a bordo de los barcos. Normalmente se utiliza el vapor, pero una innovación de estos últimos años es el mecanismo electromagnético, de la General Atomics, utilizado hoy en el portaviones Gerald Ford (2017) y los de su serie.

Rafael Romero Jiménez
El «Juan Carlos I», buque emblemático de la Armada.
El electromagnetismo substituirá al vapor en la catapulta y, quizá también, a la fuerza hidráulica en los cables de retenida. La catapulta ordinaria de vapor (vía de 80 m) puede lanzar 27 t de peso a unos 260 km/h cada 30 segundos, y el cable de retenida hidráulico reduce a sólo 100 m (o 2 segundos) la carrera de aterrizaje de un avión de 23 t a velocidad de vuelo de 240 km/h. El mecanismo electromagnético no proporciona mayor potencia de lanzamiento ni de refrenada, pero evita en gran parte los cambios bruscos de velocidad, con una aceleración positiva en la catapulta y otra negativa o deceleración en el cable de retenida. En otras palabras, el electromagnetismo retarda la fatiga de los metales del avión, permitiendo al mismo realizar más «ciclos» (despegues y aterrizajes). Además, requiere menos servidumbre y entretenimiento que la catapulta ordinaria y no precisa maquinaria para proveer vapor.

La cubierta angulada permite que unos aviones puedan ser catapultados mientras otros aterrizan. Estas operaciones simultáneas no son posibles en pistas de 260 m o menos, ya que una catapulta ordinaria (80 m) pasa sobre la cubierta angular, caso del francés Charles de Gaulle, un «portaviones a medias» —para decirlo en palabras del presidente Giscard D’Estaing—. Una catapulta con vía más corta (69 m) puede lanzar aviones a velocidad de vuelo con un peso máximo de 18 t, muy inferior al de los cazas embarcados Rafale M (24 t) o Lightning II C (31 t). La solución que se puede dar al problema es una cubierta de 270 m o más.

Dotación aérea. El Rafale M francés o el Super Hornet E estadounidense, concebidos en los años 90, empezaron a volar hace ya 25 años y en 2035 no estarán en condiciones de interceptar a un avión de la «sexta generación». El Lightning II C estadounidense, más moderno (2010), deja mucho que desear como caza de superioridad aérea, inferior al Eurofighter (velocidad de crucero supersónica y una alta capacidad de maniobra). El modelo ideal (se dice) es el avión de la «sexta generación» NGF, pero aquí la situación tampoco es muy halagüeña al surgir diferencias entre los países que forman el consorcio para su desarrollo y construcción (Alemania, España y Francia con el 33% cada uno).

Larissa T. Dougherty
Lanzamiento con catapulta de vapor del Lockheed F-35C «Lightning II» desde la cubierta de un portaviones. Este dispositivo permite lanzar 2 aviones en un minuto.
Plazos. Desde que se empieza a proyectar hasta que se acaba de construir o armar transcurren entre ocho y diez años, esto es, hacia 2035, pero con una planificación desafortunada fácilmente se alcanzan trece o catorce años, caso del francés Charles de Gaulle.

Ventajas. Los aviones embarcados clásicos de despegue largo tienen características de vuelo y de combate superiores a las de los aviones de despegue vertical o corto, además de una mayor carga útil (bombas y misiles). El portaviones de escuadra es un instrumento de potencia aérea; su tarea es obtener el dominio del aire en tierra y mar, tarea que no puede asumir el avión de aterrizaje vertical ni el de despegue largo sin catapulta (sin ésta la carga útil se reduce al mínimo).

Portaaeronaves polivalente. Buque extraordinariamente polifacético, puede cooperar en la defensa de la flota, pero no es otro tipo de portaviones, sino un buque de asalto anfibio proyectado para las operaciones de desembarco (tropa, carros de combate, lanchones) y el apoyo a las mismas, por medio de aviones y del «envolvimiento vertical» (tropas conducidas en helicópteros). La Armada, en grupo de vanguardia de estos buques con su modelo Juan Carlos I, planea dos naves del mismo tipo, una para substituir a aquél (en 2040 terminará su ciclo completo normal como buque de guerra) y otra que dedica casi toda su capacidad a sus propios aviones (pista de vuelo, hangar, montacargas y depósitos de combustible agrandados). Ésta última, de prosperar el plan de un portaviones de ataque, no resulta tan necesaria.

El aspecto de estos buques no reserva ninguna sorpresa: una isla en forma muy alargada (casi la tercera parte de la longitud de la cubierta), dos montacargas, un dique por donde salen los lanchones y cubierta de vuelo sin catapultas, con lo que queda siempre en pie el problema de la carga útil de los aviones, que disminuye considerablemente. Para mitigar este problema tendrán una cubierta inclinada, como el Juan Carlos I (12º).

Armada
El primer buque español construido como portaviones fue el «Príncipe de Asturias», incorporado a la flota en 1988 y eliminado en 2013.
Capacidad de transporte. Además de una docena de cazabombarderos y una veintena de helicópteros, podrán transportar un millar de soldados, medio centenar de carros de combate, decenas de vehículos, cuatro lanchones para poner en tierra a aquellos y media docena de lanchas rápidas para la tropa destinada a efectuar misiones especiales (comandos).

Plazos. En el caso del Juan Carlos I o sus versiones para las marinas de Australia y Turquía, transcurrieron cuatro o cinco años desde que se empezaron a construir hasta que se incorporaron a la flota, el primero en 2010 y el último en 2023 (el turco Anadolu).

Protección. El portaviones de escuadra y el polivalente necesitan una cobertura protectora (destructores o fragatas de elevada tecnología) y un grupo de abastecimientos (barcos de municionamiento y aprovisionamiento). Esta unidad de protección ya existe: cinco buques tipo «Bazan», con el estadounidense «Arleigh Burke» el buque con mayor capacidad para detectar y destruir blancos aéreos, a los que se unen a partir de 2025 otros cinco del tipo «Bonifaz», cuya misión principal será la lucha antisubmarina. Para el grupo de abastecimientos, la Armada dispone de dos buques de aprovisionamiento logístico en la mar y un tercero en construcción.

Conclusión. Desde luego, todo este ruido hecho en torno al futurible portaviones de escuadra español no es más que una simple declaración de intenciones, que concretamente no compromete a nada, por ahora. Tampoco es cierto que el nudo de la cuestión se encuentra, por encima de las razones técnicas y económicas, en si España ha de proveer un portaviones de escuadra o ha de conceder a los portaaeronaves polivalentes el rango de «corazón» de la flota, ya que la Armada podría buscar una salida a ambos tipos: el primero para obtener el dominio del aire, el último para las operaciones de desembarco y el apoyo aéreo a las mismas. Sólo la Armada, si consigue convencer e imponer sus opiniones en el Ministerio de Defensa y en el Gobierno, puede pronunciarse al respecto.

Experiencia española en portaaeronaves

Es muy pequeño el número de portaaeronaves construidos en España: uno reformado y seis específicos, además de un octavo procedente de Estados Unidos. El primero fue el barco mercante España 6, que entró en servicio en 1922 después de haber sido reformado y rebautizado con el nombre de Dédalo. En la década de 1940 la transformación del crucero pesado Canariasen portaviones no pasó del tablero de dibujo. En 1966 recibió, procedente de Estados Unidos, un portaviones de escolta o ligero tipo «Independence», el Cabot, rebautizado también con el nombre de Dédalo y su pista de vuelo reforzada por los españoles para adaptarse a las condiciones creadas por los aviones a reacción, el primero del mundo con dotación de aviones de aterrizaje vertical (el AV-8 Harrier en 1976). En 1982, los españoles terminaban su primer portaviones, el Príncipe de Asturias, construido expresamente para tal fin. Siguiéronle el Chakri Naruebet, en 1996, para la Marina tailandesa; el Juan Carlos I, en 2009, para la Armada; y el Canberra, en 2011, y el Adelaide, en 2012, ambos para la Marina australiana. También tiene patente española el Analodu turco.