Las elecciones de 2024 dieron el triunfo a Donald Trump. En éstas, los republicanos obtuvieron el mayor número de «grandes electores» (312) y el 50'5% de los votos
emitidos. Además, el nuevo Gobierno controla en el Senado 53 escaños de un total de 100 y en la Cámara de Representantes, 218 de 435. Es éste un asunto vital, pues Trump es un ferviente admirador de Putin y Kim Jong-un, cuyos despotismos le cautivan.
En su segundo mandato, la influencia de Trump está notablemente reforzada, ya que la mayoría parlamentaria, judicial (Tribunal Supremo) y el
presidente pertenecen al mismo partido. Pero hay más: el Consejo de Administración del Sistema de Reserva Federal, que tiene facultad de elegir tres de los nueve consejeros de cada banco de la Reserva, es nombrado por el presidente de Estados Unidos y confirmado por el Senado.
El problema de esa influencia está en que Trump, a imitación de Putin, use procedimientos que no respetan la libertad del individuo, o caer en el uso de unos medios que no pueden ser aceptables; esto es, que la democracia estadounidense degenere en un
Estado semidictatorial. Así, la candidata demócrata Kamala Harris, tras reconocer su derrota electoral, pidió al Tribunal Supremo, cabeza del Departamento judicial, que cumpla su función de control de la constitucionalidad de las leyes.
Tendencia autocrática. El antiguo director del FBI, James Comey, y otros críticos han denunciado públicamente que el ideario de Trump reposa sobre una doctrina
totalitaria, incluso mafiosa, ya que exige no solamente la adhesión política, sino un compromiso absoluto del individuo que no admite distinción entre la vida pública y la privada. Muchos problemas pueden suscitar esta tendencia autocrática de Trump, especialmente en relación con la rígida separación de poderes, cuya desaparición puede conducir, como hemos dicho, a un Estado semidictatorial.
Chris McGrath El presidente Trump y su colega Putin, durante su encuentro en Helsinki (16 julio 2018). |
En realidad, el gobierno es asumido por una minoría y las oligarquías (capitanes de empresa y capitalistas) ejercen una decisiva influencia en el ejercicio del poder político. El pueblo realmente no ejerce el poder (véase ¿Quién gobierna el mundo?). Donald Trump es un juguete o instrumento de una oligarquía en el que elecciones, parlamento e instituciones típicas no hacen más que ocultar la verdadera esencia del sistema. Esas oligarquías permiten un aparente juego democrático para dividir a la opinión pública, por aquello de que «Divide y vencerás», o que actúan sobre un determinado partido o candidato en favor de sus intereses (véase Trump, victoria y presidente sospechosos).
Después de decir esto, hay que preguntar por qué las oligarquías han permitido la llegada de Trump a la presidencia. Creemos que hay una razón para todo esto. Trump, a diferencia de sus predecesores, quiere impulsar el proteccionismo en el comercio internacional. El proteccionismo desencadena una «guerra de tarifas», genera focos de tensión en el mundo y encarece los precios al consumidor, pero sobretodo favorece el establecimiento de monopolios, el clima bélico (rearme interminable) y acorta los ciclos del Capitalismo (crisis), que es como se enriquecen las oligarquías (véase Trump y Hillary, ¿campaña o comedia?).
Conclusión. Dejando aparte esas misteriosas combinaciones e influencias, lo cierto es que Donald Trump es un delincuente, dice locuras, es autócrata, enemigo jurado de la Unión Europea y la OTAN, paladín de un proteccionismo suicida y partidario de desintegrar Ucrania en favor de un criminal de guerra, como ocurrió en Checoslovaquia con Hitler en 1938, con lo que salta el Derecho internacional en pedazos. En política doméstica y por virtud de algunas revisiones de la Constitución («Enmiendas»), Trump podría adquirir facultades extraordinarias, con el agravante de un presidente y vicepresidente (D. Vance) en simpatía o servidumbre rusa.