Renitor |
Coincidiendo con la I Guerra Mundial (1914-18), se había producido una
insurrección bolchevique en Rusia (1917), que tras
una guerra civil instauró el régimen comunista y dio paso a la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (1922). Tras incorporar a su territorio Ucrania y Bielorrusia occidentales (1939), parte de Finlandia y Rumania y la totalidad de Lituania, Letonia y Estonia (1940), la Unión Soviética comprendía más de 160 grupos étnicos o lingüísticos,
aunque el poder político, económico, militar y cultural del país se aglutinó en
torno a los eslavos, con casi el 80% de la población y en tres grandes
nacionalidades: grandes rusos (rusos propiamente dichos), pequeños rusos (ucranianos) y rusos blancos (bielorrusos).
La Unión Soviética emergió de la conflagración universal de 1939-45 como la segunda potencia mundial y fue un gran rival de Estados Unidos en el terreno político-militar, pero la economía soviética no ocupó en el orden económico un lugar acorde con su vasto territorio de inmensos recursos naturales: no pudo en absoluto competir con Estados Unidos o las economías de mercado de Occidente, ni en la cantidad de bienes ni en la calidad de los mismos, e incluso fue superado también por Japón.
La causa principal de estas estrecheces de la economía civil soviética era el gasto militar, que crecía año tras año para el mantenimiento del vasto entramado de la industria bélica, en la que se englobaba una muy avanzada actividad aeroespacial. Esta voracidad del presupuesto militar implicaba seguir estrangulando el presupuesto civil, cada vez más anémico, especialmente en lo tocante a alimentos y bienes de consumo, al punto que los desabastecimientos eran una realidad cotidiana.
La línea dura del presidente estadounidense Ronald Reagan, con el despliegue en Europa de los misiles bifásicos Pershing II y de crucero BGM-109 y la Iniciativa de Defensa Estratégica (más conocida como «Guerra de las Galaxias»), obligaba a la Unión Soviética a mantener un crecimiento ya insoportable de la apuesta armamentística.
En 1981 y 82 la dificilísima situación del endeudamiento exterior de casi todos los países de la órbita de la Unión Soviética les forzó a la negociación de su deuda. Sin embargo, en 1983, la negativa de los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) de conceder nuevos créditos y la imposibilidad de la Unión Soviética de sustituir a Occidente como banquero de los países de su órbita hirió de muerte el conglomerado soviético.
El final. En 1985 pasó al frente de la Unión Soviética Mijaíl Gorbachov. La tensión entre las reformas económicas iniciadas por éste y la línea dura comunista facilitó un desmoronamiento en cadena de todos los regímenes comunistas en Europa a partir de 1989. La tensión tuvo su punto culminante en la intentona golpista de agosto de 1991, cuyo fracaso aceleró el fin del comunismo soviético e impulsó la desintegración del país: en septiembre Moscú reconocía la soberanía de las repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), el 8 de diciembre la Unión Soviética se disolvía formalmente en una docena de nuevas repúblicas independientes y Gorbachov dimitía el 25 del mismo mes. Un año antes entró en la política municipal de San Petersburgo un obscuro personaje del espionaje soviético y opuesto al reformismo de Gorbachov: Vladímir Vladimirovich Putin. El resto es historia (véase Putin: una biografía).